sábado, 5 de noviembre de 2011

Argentina, diez años atrás

A las tortas no se les había ocurrido mejor idea que tener sexo en la laguna que se formaba a unos metros del mar. Estaban detrás de un par de lanchas, no muy bien escondidas. Yo estaba vacacionando en Venezuela, sin un interés particular por el avistamiento lésbico, aunque nunca está de más. Las vi por el tumulto de gente que se había amontonado. Al principio, por los gestos de asombro de los que se habían puesto a ver, creí que se trataba de algún tipo de animal extraño. Los que estaban mirando eran del grupo de gente que fue a la playa en lancha conmigo y con quienes también debía volver al pueblo. Estábamos a punto de volver cuando los sorprendió el espectáculo. Yo llegaba un poco tarde así que tuve que preguntar qué era lo que estaban pispeando.
- Dos... mujeres...- dijo a duras penas en rarísimo español la señora italiana que había venido con su marido, también italiano.
- Sex- agregó el marido.
Los dos estaban muy conmocionados y se veían curiosos. Algunos reían, especialmente el gordito boludón que había venido con su novia que no parecía tan boludona como él, pero por estar con semejante boludón se podía suponer que ella también debía serlo. La gente se asomaba apenas, pero yo quería ver y no lograba detectar dónde estaban.
Un venezolano de unos treinta años que estaba vestido de blanco, al igual que su mujer -una venezolana teñida de rubio y de cejas pintadas- me señaló dónde estaban exactamente las Dos-mujeres-sex. Yo no podía imaginar qué podía ser más atroz que combinar ropa con el concubino, pero ni bien me asomé por donde dijo el venezolano, las vi. Claro, eran dos tortas cogiendo. Yo me sentí instantáneamente reconfortada, como si un pedacito de la identidad me hubiera sido devuelta. Por fin tortas. En este país donde los hombres parece que te van a saltar encima en cualquier oportunidad, estaban ellas haciendo su chanchada al mejor estilo lobo marino, refregándose a chapoteo limpio, tiradas a la orilla de la laguna. Tengo que admitir que el espectáculo no me pareció en absoluto cuidado. Era más bien pornográfico y decadente. Por eso, y porque yo tenía que cuidar mis modales ante el grupo, me di vuelta inmediátamente al grito de "Oh!". La venezolana carcajeó tímidamente y le dijo al venezolano: -Bueno, este es un país libre.
Los demás seguían sonriendo pícaramente. Cuando llegó el lanchero que debía regresarnos al pueblo, inmediatamente fue informado de todo. Subimos a la lancha y el boludón confirmó que esas dos eran las que habían viajado con nosotros a la ida. Yo las recordaba, una era gordita y caminaba como si tuviera pelotas; la otra era una mulata con rulos motudos. Cuando subieron, la gordita empuñaba una botella de licor en la mano. El lanchero le pidió que la dejara en el piso, no fuera cosa que alguna ola no sé qué y se le rompiera y se cortara la mano. La gordita no quiso saber nada y yo, que estaba cerca, por las dudas me senté en otro lado. No supe cómo se resolvió el tema, pero por las caras de la gordita y la mulata era claro que esa botella, a la que le faltaba buena parte de bebida, había sido ingerida con vehemancia un rato antes.
- A mí me da pena- dijo el lanchero mientras hacía arrancar el motor -. Dos chicas así. Un besito puede ser, pero más que eso...- e hizo ademanes muy poco agradables con su lengua.
En casos así, por puro deleite, me gusta presenciar el holgado fascismo de cada quien, así que agité un poco las aguas que ya venían bastante movidas.
- Al menos hubieran elegido un lugar mejor- dije, a la espera de respuestas.
- A mí me parece una falta de respeto- dijo la venezolana que antes había dicho que este era un país libre.
- Estar haciendo eso así, en cualquier lugar- dijo el venezolano.
- Sí, si nos vamos a hacer los pacatos, no está bueno tampoco si fueran un hombre y una mujer- respondí.
- No, pero dos mujeres es peor- dijo él.
- Y bueno, pero para lo que venían tomando, no creo que se hayan dado cuenta de nada- respondí. Quise agregar que seguramente la estaban pasando mejor que nosotros, pero el lanchero (al que ya no podía escuchar bien por el ruido del motor de la lancha) seguía haciendo gestos y diciendo palabras que apenas podía oír, pero sonaban como "no me parece bien" y la gente parecía mucho más interesada en sus opiniones caricaturescas.
El boludón parecía muy alborotado por el avistamento de las tortas marinas. La boludona no decía nada además de que le daba miedo estar sentada en la punta de la lancha. Durante el viaje de regreso al pueblo el boludón no paró de reírse. Se lo notaba agitado y contento. A mitad de viaje nos cruzamos con otra lancha y el boludón les gritó que fueran a mirar detrás de las embarcaciones, en la laguna, a las dos chicas que estaban teniendo sexo. El venezolano quiso agregar algo, pero la venezolana lo codeó para callarlo. La venezolana se había dado cuenta al igual que yo, que dos de las pasajeras de esa otra lancha eran evidentemente pareja. Yo ya las había visto en el pueblo y le había echado miradas indecentes a la más alta, que tenía un piercing en la ceja por si no quedaba claro que era torta. El boludón igual siguió a los gritos y el lanchero, entre carcajadas, agregó algún comentario más que seguí sin poder escuchar. Los italianos mantenían aún el gesto de estupefacción y reían de a ratos.
La lancha continuó su viaje por aguas cada vez más revueltas. De pronto recordé que hoy, mientras las tortitas cogían, en Argentina se estaba llevando a cabo la Marcha del Orgullo. Y me acordé cómo, nueve o diez años atrás, cuando yo comenzaba mis aventuras lésbicas, la gente veía tortas en la calle y las señalaba como si fueran una atracción zoológica. Tengo que admitir que la mayoría de los cambios sociales se dieron en Buenos Aires y en las grandes metrópolis y que, si uno va a un pueblo, la homosexualidad sigue siendo un fenómeno repudiado. No puedo decir que toda Venezuela sea así. A decir verdad, este episodio transcurrió en un pueblo costero que poco tenía que ver con las grandes ciudades bolivarianas. Pero haber vivido una situación así, escuchando comentarios tan sectáreos me sentí en la Argentina de diez años atrás.
- ¿En Argentina ya aprobaron el casamiento gay, verdad?- me preguntó la venezolana.
- Sí- dije yo con firmeza. Y me acordé otra vez de la Marcha y del orgullo y de todas las veces que nos olvidamos que hace diez años mucha gente en Argentina era como los que viajaban conmigo en esa lancha.
A medida que nos adentramos en el mar, las olas se hiceron cada vez más grandes y los pasajeros nos asustamos mucho. La boludona tenía cara de que iba a vomitar. Los italianos ya no se reían. Yo también tenía miedo pero pensé que si pasara lo peor y naufragáramos ya sabía muy bien a qué hijos de puta me iba a comer primero.