miércoles, 22 de diciembre de 2010

Todo está guardado en la memoria,
sueño de la vida y de la historia.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Buscadora de belleza

Y es que a veces me llamo a mí misma Buscadora de belleza.

Será que la vida se me va haciendo aburrida,
de tanto vivirla.
Porque en cada día, lo sé todo.
Sé que va a ser lunes y los clientes y el teléfono
y que el miércoles, terapia.
Sé que el sábado será la noche y los amigos.
Sé que el domingo me verá sola.
Y no es la soledad.
A veces ansío ser dejada sola con la vida
que alguna vez fue mi amante.
Pero serán los años,
o será que la vida se me va haciendo cansina,
de tanto vivirla.

Porque cuando el aire me pesa,
sé que saldré a la calle y la luna estará gorda y burlona.
La luna siempre va a traicionarme.
Y sé también que si quiero dar con mi nombre,
deberé seguir la tela del viento y dejarlo empujarme.

Sé la vida.
La sé aunque quisiera no saberla
y que un día se cuele traviesa la novedad.
Pero sé la vida.
Como sé que ella va a olvidarme.
Y sé que voy a olvidarla.
Porque he transitado, he dolido y he dejado.
Lo sé porque también me han olvidado.
Sé que va a olvidarme y que ella va a ser para mí
algo así como una hendidura.

Sé la vida, porque tanto la he vivido.
Todo el dolor es pariente del próximo dolor.
La gran alegría no me asombra,
ni me espanta cuando se va.
Sé recibir la gran tristeza.
Conozco todos los dientes de la angustia.
Y sé que también le veré la espalda.

Te sé, vida. Te sé toda.
Sé tus edades, tus ruinas.
Sé tus serranías, tus declives.
Anticipo cada pico nevado.
Te sé tanto, que te busco grietas.
Por eso toco la muerte y toco los viajes.
Por eso anhelo todos los nacimientos.

Por eso persigo el barranco de la belleza.
Lo busco sin cartografías.
Y sólo lo encuentro cuando lo encuentro.
Me lanzo a la belleza, entera.
La belleza de los héroes,
del momento tibio,
de las lágrimas.
La belleza de cosquillas, de labios.
Me sumerjo en su rebosante plenitud.
Porque sé la vida toda.
Porque me agobia la vida sabida,
me muero y me nazco en la belleza.

Y cuando he perdido todos los signos del lenguaje,
cuando he cosido los días en una amarra de eventos
idénticos, cíclicos, absurdos,
busco la belleza para arrojarme,
para ser.

Para ser,
me llamo a mí misma Buscadora de belleza.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ser Fina



Cuando a Josefina le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande, ella respondía muy orgullosa:

- Hombre.

Y no porque pensara honestamente en dejarse la barba y recurrir a una serie de operaciones, sino simplemente porque creía que los varones tenían la vida mucho más fácil, sin tener que parir y toda esa cantidad de dolor, sufrimiento y cursilerías que atraviesan las mujeres a lo largo de su existencia. En sus días de nueveañera, la ventaja de ser hombre parecía ser una de las mayores certezas a las que había llegado en materia de su futuro. Por eso, cada vez que le preguntaban, Jose contestaba lo mismo. Sistemáticamente, los adultos repetían el suceso una y otra vez para tener algo en qué entretenerse.

- Jose, ¿qué querés ser cuando crezcas?
- Hombre.

Luego, la esperada risotada. Y aunque todos consideraban deliciosamente pintorescas las desenfadadas palabras de Jose, a mamá Inés había empezado a parecerle ligeramente... No supo bien ligeramente qué, pero por las dudas prefirió dejar de llamarla Jose, ese apodo tan ambiguo. Así, en los días en que Jose perdía sus dientes de leche, fue ultrajada también de la primer mitad de su nombre. Para mamá, en adelante se convertiría en "Fina".
Fue un cambio paulatino. Mamá Inés lo hacía casi como un juego.

- Fina, Fina... ¡qué finura! ¿no te parece divertido?

Pero Josefina no terminaba de encontrarle la gracia.
Mamá tuvo que poner mucho empeño, pero el nuevo seudónimo prendió como varicela entre los chicos del grado de Fina. Y Fina se lo cargó en la mochila hasta después del secundario.

A los dieciocho, Fina tenía un título de bachiller y muy pocas ganas de ponerse a buscar trabajo. Mucho menos de meterse a estudiar, después de todos esos años de confinamiento educativo y de todas esas idiotas a las que de lunes a viernes llamaba compañeras. Una solita había rescatado de ese caldo de mediocres del secundario, su querida Vero, a la que con mucho cariño llamaba "mi enfermita mental". Vero era una delincuente menor, un espíritu blanco vestido de negro y de relativo buen beber. Del rechazo al viaje a Bariloche en el secundario hasta las andanzas en la clandestinidad de los boliches gay de la ciudad, Vero había compartido con Fina destrucciones, resacas y nuevas sexualidades. Para Fina no era casual haberse hecho amiga de su enfermita mental. Decían y callaban las mismas cosas.

Pero Vero no supo hasta sus diecinueve que a Fina alguna vez, tan comunmente como ahora le decían Fina, la habían llamado Jose. Sonaba obvio. Josefina, Jose. Y fue de pura casualidad que lo supo, cuando se topó con un viejo cuaderno de la primaria de Fina, en el que algunos compañeritos le habían dejado unas dedicatorias por el fin de año.

- Jose... No me suena. Yo te conozco como Fina- reconoció Vero.
- Sí, me lo puso mi mamá, creo.

Pero Fina no logró acordarse bien en ese momento. Tampoco se acordó de que un tiempo después de cambiarle el apodo, mamá se apareció con ropa nueva, para la nueva Fina. Ni lo contenta que se puso Inés el día que fueron a comprar el primer corpiño o las flores de papá cuando Inés le contó que Fina ya era "señorita". No se acordó en ese momento que mamá corregía a todo el mundo y les avisaba que "ahora le decimos Fina", para que supieran que Josefina había dejado atrás mucho más que los dientes de leche. No lo recordó en ese momento, pero sí de a poco. De a un recuerdo por vez, durante varias semanas, en el término de algunos meses. Se acordó de todo.

La noche que Fina y Vero vieron a Rocío en un boliche al que asistían ávidas de sangre femenina, Fina le clavó los ojos y con delicadeza gatuna se puso a bailar tan cerca que no tardaron en ser necesarias las presentaciones. Fina le ganó de mano al tiempo y a toda velocidad se presentó:
- Josefina.
- ¿Jose?- le preguntó Rocío, con la intención de arriesgar su sobrenombre.
- Fina- aclaró Vero.
- Jose- corrigió Jose y en la piel recuperada de su antigua existencia se sintió tan feliz y tan cómoda que a Rocío le pareció encantadora.

Jose y Rocío se pusieron de novias un 20 de julio, pero Rocío tardó varios meses en conocer a la familia de Jose. Cuando Jose se animó a llevarla a su casa, Inés, con una costumbre lejanamente adquirida, le aclaró a Rocío:

- Nosotros le decimos Fina.

Rocío, que sabía muy bien lo que todo eso significaba y no tenía ninguna necesidad de respetar los atropellos, respondió:

- Pero yo le digo Jose.


Y mamá Inés, que durante tantos años había intentado tener una hija Fina, tuvo que beberse entera a Jose, a Rocío y a todos los fuegos que había tratado de apagar.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

De papel



Irina dibujó una mujer en un papel.
Doncella rosada, pintó sus nombres y collares.
Le habló de vidas, le contó un beso.
Con pinceles de cabello suave,
tejió su niña de polen, de cachetes inquietos.
La luna en los ojos, la boca mojada.
De trazo grueso para las manos, de abrazos largos.
Melena color viento, de noches enredadas y un cuello de cuna.
Irina soñó cinturas violetas, aromas mansos, carcajadas.
Y manchó las hojas delgadas con lápiz enamorado.
Sembró una mujer de pincelada fresca y la quiso tanto.
Pero ella, liviana,
voló con el día, en la brisa primera.

Irina era pomos, carbonillas.
Y retrató una mujer amante,
que habitaba plana en el lienzo,
que no fue mujer, ni fue amante.
Que fue ausencia blanca.
Un dibujo,
un papel.

martes, 14 de diciembre de 2010

Como mi mamá



Susana es una reventada. Pero eso no lo piensa Lourdes, claro. Lo dicen las vecinas de tanto verla pasar con su cabellera rojiza y esas remeritas strapless, ¡a esa edad!
Lourdes sabe bien que Susana no es una mamá convencional como las de sus amigas, o como la de Caro, tan de buen barrio y de Licenciatura, pero es su mamá y es una sola o media o un cuartito, que al fin y al cabo es más que nada.
Susana, una vez divorciada, dos veces separada, sale de jueves a domingo, aunque Caro nunca preguntó adónde: sabía de su suegra lo justo y necesario. Lourdes quizás lo sabía, aunque tampoco preguntaba. Le bastaba con saber que su mamá siempre volvió -menos mal- a cuidar de sus dos hijos, especialmente de Fede, el menor y más hermoso, porque Lourdes ha superado la edad legal y ya puede cuidarse sola o ir presa, lo que suceda primero. Y cuidar, para mamá Susana, es una manera de decir que está ahí, para que nadie se haga el piola y que Fede no le invada la pieza a Lourdes, ni que Lourdes le pegue a Fede y que alguien por favor haga la cena. Y ese "alguien" siempre fue Lourdes... hasta que llegó Caro.

Caro apareció en escena un día, gracias a esas escaleras mecánicas que bajan del cielo a los estúpidos angelitos filántropos. Tres meses de histeriqueo feroz, en astuta maniobra de la polifacética Lourdes -Lu, para los amigos- desembocaron en noviazgo y repentina semi convivencia en la casa de Lu, porque la familia de Caro sabía todo pero prefiería ver lo menos posible. Susana, en cambio, nunca se opuso. "Si hay algo que admitirle a Susana, es que tiene una mente muy abierta", afirmaba Caro, aunque lo que no decía era que con esa vida que, suponía, llevaba su suegra, no debería tener mucho para objetar.

Susana es una reventada, sí. Pero cuando hace su famoso guiso de lentejas no hay quién se resista. Sin embargo, son pocas las veces en el año que Susana se levanta de la cama para cocinar. Por eso Caro tomó la precaución de pedirle la receta para preparárselo a su queridísima, el día de su cumpleaños. Esa vez no le quedó tan rico, pero con el tiempo lo fue perfeccionando. Tampoco le salía bien ser todas esas cosas que Lourdes necesitaba, pero eso también lo aprendió a adecuar.

"Lu es una mina con muchos problemas", confesaba tristemente Caro a sus amigas los primeros meses de pareja. Lourdes tenía tanta carne cruda que cocinarla entre sus piernas era para Caro un plan delicioso. Y la necesitaba tan encarecidamente, que Caro nunca tuvo que ser Caro. Bastaba con que fuera confidente, apoyo moral, cocinera, asistente de delitos varios, hombro, Papá Noel, maestra, bolsa de arena, conductora designada, receptora de sexo, madre. Así Caro se salvaba de buscar a Caro, que no estaba nunca en ningún lugar, aunque parecía que estaba ahí mismo siendo confidente, apoyo moral, cocinera y todas esas cosas.

Naufragaron el amor dos años enteros y algunos meses más, en la calma que otorga la mutua necesidad. Esa calma que son cráteres silenciados. Una tranquilidad que, por suerte, no es eterna.
Caro, perdida en sus múltiples utilidades, quiso un día parir a Caro. Para eso, hizo falta dejar de ser todo lo demás. Tanto invierno dedicado a la correcta enfermería de su mujer rota, la habían dejado sin frazada. Por eso un día estalló la fiebre de quien quiere empezar a ser. La quietud nunca puede sobrevivir semejante catástrofe. El movimiento apremia y todo lo calmo, indefectiblemente, se cae del mapa.

El rompimiento no fue fácil. Meses de llanto, traiciones, insultos y reclamos que partían indistintamente de ambos frentes. Que yo sin vos no puedo vivir, que al final sos igual que mi ex, que mentís, que no me cuidaste nunca. Quedate, andate, dame, creeme, quereme, olvidate. Pero Caro tenía que parir a Caro.

"Y al final, el guiso de lentejas nunca le salió como a mi mamá", confesó Lourdes un tiempo después.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Comunicado de la Liga de Chongas de Casa, filial Soldati, en conjunto con la Agrupación Nacionalsocialista "Pastafrolas arias"


Compañeras, vecinas, argentinas:
       En vista de los más recientes incidentes, nosotras, las vecinas del lado correcto de Villa Soldati (léase, PROPIETARIAS) nos manifestamos en repudio de la violenta toma del divino Parque Indoamericano, en manos de esa gente de países fronterizos que así como hoy te toman un parque mañana te toman el país, viste cómo son que nos quieren robar todo. Esas usurpadoras, a quienes llamamos así gracias a la buena tarea de los canales de televisión que nos enseñan el lenguaje adecuado que sino yo a esas les diría negras y perdoname que lo diga así, yo no tengo nada contra los negros de piel, pero esas son negras de mente. Sí, de mente negra, de países negros. ¿O no sabías que las cholas cagan en la calle? Así como te lo digo. Y a nosotras no nos parece que vengan esas señoras, que mirá que yo las respeto muchísimo cuando voy a comprarles verduras al mercado, siempre las saludé (y ellas ni te miran, claro, no les interesa integrarse al país, vienen y se cierran entre ellas como los chinos), pero yo siempre las respeté y ellas vienen y cagan. Y para nosotras el parque es el pulmón verde del barrio. ¿O qué pretende el gobierno montonero de Cristina Kizner? ¿que yo tenga que ver desde la ventana de mi monoblock, el paisaje de esas casuchas de cuarta que tienen ellas? A ver, dígannos cómo pretenden cambiar su situación si no les gusta trabajar. Ellas vienen acá a ser narcotraficantes. Nosotras no teníamos narcos acá. Vinieron ellas, especialmente las paraguayas, y ahí nomás inventaron el narcotráfico.
Por eso exigimos seguridad. Si nosotras como Chongas de Casa, queremos salir a comprar unas birras porque vienen las pibas, no podemos tener miedo de salir a la calle. Nosotras vivimos con miedo. Y ellas vienen con sus hijos, porque encima de todo son heterosexuales, no es que nos gustaría estar con ninguna de ellas, con sus hijos que son no sé, unos cinco por madre y te afanan. ¿Te das cuenta? Ellas no quieren formar una familia. Están armando un ejército de ladrones. ¡Peor! Están tratando de conquistar nuestro país sembrando población boliviana en todo nuestro suelo. Y después van y toman territorios. Esta sí que es una inmigración descontrolada.
Mediante este comunicado, la Liga de Chongas de Casa del barrio de Soldati y las flacuchas de la agrupación Nacionalsocialista "Pastafrolas arias" dejamos asentado nuestro repudio y próxima convocatoria al cacerolazo, que tanto nos ha representado a todos los sectoresde la clase media, aunque algunas dicen que somos clase media-baja, pero enfatizamos el "media" para que no nos asocien con esas sucias de la vereda de enfrente. Sí, baja sí, chorras no.

Los dejamos con una frase que nos caracteriza en esta unión que formamos las buenas vecinas:
Nosotras pagamos nuestros impuestos. Argentina para las argentinas. Bolitas gou jome.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Las vidas posibles


Otra vez nos olvidamos las persianas levantadas y el implacable sol blanco me pincha los párpados. Es temprano, pero ya estoy despabilada. Ella no. Duerme como si nada. Es uno de los pocos domingos en los que me despierto antes que ella. Con sigilo, le doy un beso en la frente, la hago a un costado, me deshago de las sábanas y me levanto. Cierro un poquito la persiana, para que duerma un rato más.

Después de los aseos matutinos, cara, dientes, pelo y etcéteras voy hacia la cocina. En el living hace sus primeros maullidos del día el Señor Rodríguez y rasguña el almohadón rojo que ahora es una maraña de hilos. Rodríguez es el dueño de casi todos los espacios del hogar, salvo la pieza, territorio que conquisté a fuerza de innumerables retos. Pero Rodríguez no es mío. Lo trajo ella y le puso el nombre, mientras yo imaginaba que era para asegurarse la patria potestad si algún día tuviéramos que dividir todo por diferencias irreconciliables. Entonces me prometí no quererlo mucho; me dije: es de ella y se va a ir el día que ella se vaya. Me prometí también no quererla mucho a ella. Fallé en ambos intentos. A ella le digo que no lo soporto, que los pelos, que el lío que hace. Miento. Me miento. Y lo hago todo el tiempo, porque el gato me recuerda a ella y ella lo sabe pero me pregunta porqué y le digo que es por los bigotes y escapo de decirle que a veces hago una lista mental de todo lo que me gusta de ella y el gato está incluido, porque el gato la compone a ella y ella compone al gato y en algún lugar de todo eso también estoy yo, gracias a quien sea que nos haya puesto en esos dos ambientes a ella y a mí, o a los tres, Rodríguez, discúlpeme.

En la cocina, obviamente, el lío de ayer a la noche. Lavo, no lavo. No, no lavo. Invento una excusa: no quiero hacer ruido porque ella aún duerme. Pongo el agua para el mate. Digo que adquirí esa costumbre, pero otra vez miento. El mate es para ella, cuando se despierte, porque yo no puedo pasar nada por la garganta a esa hora de la mañana, salvo una fruta. Abro la heladera, agarro un durazno y lo como. Ahora el mate tiene aún menos sentido y queda más evidente que todo lo hago por ella, especialmente porque mientras pienso eso, ya estoy poniendo un mantelito en la mesa ratona del living, para que quede todo lindo. Entonces pienso que es mejor que todo quede casual, que parezca que el desayuno es para mí porque todavía hoy me da vergüenza que ella sepa lo mucho que me gusta. Todo ese agasajo, qué bochorno. Y ella lo sabe, por eso le miento y me río de sus manías, porque no sabe que van a parar a la misma lista que el gato, esa lista que armo porque sé que nadie más que yo puede ser testigo puntillosa de su existencia y porque tengo que clasificar todo eso en algún rincón de la mente, para que no se desorganice y me olvide que siempre debo mentirle para que no sea tan conciente de que hace rato estoy perdida, finiquitada por todas esas cosas que ella es, el gato, las manías, la forma en que canta algunas canciones.
Pienso que será mejor ir a comprar el diario para que cuando se despierte me vea relajada, en mis asuntos, y no, nada de esto era para vos, pero si querés hay tostadas y mate, pero no como a mí me gusta, como a vos te gusta, aunque el mate era para mí, sí, pero preparado como a vos te gusta. En medio de esas cavilaciones la escucho despertarse, yo en la cocina, ella haciendo los pasos hasta el baño, cierra la puerta y entonces me voy ya mismo a comprar el diario porque igual va a tardar, ahora es el momento de elegir parecer relajada o estúpidamente anfitriona de su persona, así que agarro las llaves, me pongo unas ojotas y bajo a la revistería.

Vuelvo con el diario y ella recién sale del baño y ve todo preparado. No tuve tiempo de dejarlo desprolijo para que no supiera que era todo por ella y me sonríe con algunos sueños todavía jugándole en el lagrimal y ya sabemos las dos muy bien que estoy perdida, finiquitada y que es todo por ella. Por eso le miento y me río de esa ropa que tiene puesta a la que llama piyama y se lo critico porque me da una bronca incontenible que ella sea hermosa en ese pantalón idiota que a cualquiera le quedaría mal y con esa remera así nomás, un verdadero desastre que encima de su cuerpo es belleza pura como el gato y toda esa lista de cosas. Le miento y me río y ella se defiende, como siempre. Se enoja por mis críticas, pero sabe que no puedo. Realmente no puedo no mentirle. Si ella supiera la verdad, que adoro a Rodríguez, que estos años han sido por ella y que muchas veces ruego que ella haya armado una lista con mi nombre y todas mis cosas y que ella también mienta y no me diga, porque sabe que adoro a Rodríguez y sabe que miento porque tengo tanto adentro que todo eso tendría que estar escrito en alguna lista con mi nombre y con muchas otras cosas hermosas que me componen y que la tienen como única testigo puntillosa y ojalá a ella le pase lo mismo que a mí, ojalá.
Y eso ruego, aún este domingo, después de tanto tiempo.