miércoles, 29 de agosto de 2012

Lo que hay que devolver

Lo que vos pedís, no se puede devolver.
Lamentablemente no está en mí estar explicándole esto a la ex de mi actual. Y menos cuando se está poniendo tan hinchapelotas. Ya es la tercera o cuarta vez que se tienen que encontrar para que le devuelva esto y aquello. Cosas. Cosas que mi actual tiene y que no quiere. Cosas que su ex no quiere pero las pide igual, porque puede y porque mi actual se ve que le hizo tan mal que ella algo le tiene que pedir. Yo entiendo. Y no me pone mal que se vean para este tipo de trámites de divorcio. Hay pocas cosas que hoy me pueden generar inseguridad y todas están adentro mío. El tema es este hastío por el que las veo pasar a las dos. Mi actual, dice, está cansada. Quiere terminar con todo ya, de una buena vez, que no le pida más nada. Su ex la quiere terminar a ella, la quiere masacrar, sacarle algo, pedirle cosas, pero no esas cosas. Eso que ella quiere no se puede devolver. Me lo han enseñado todas mis rotas, mis sádicas. Y bien a la bofetada lo he aprendido. Cuando se termina, se termina. Y no hay nada que reclamar. A llorarle a los amigos. Porque es injusto, sí. Pero desde el hecho de que uno sea mortal para abajo, todo es bastante injusto. Y no sé a quién tiene que ir uno a reclamarle una enfermedad, un esguince o un paro de transportes. A ver si no es bien injusto tener que trabajar para vivir.
¿Devolver qué? ¿El tiempo, la confianza, la fantasía, el amor? Eso no viene en cajas. No hay manera de empaquetarlo y mucho menos de asegurarlo a priori. Nadie está seguro. Este es el juego de la vida. Se pierde. Y te quedás desnuda. Y eso que ella te dijo que te iba a acompañar siempre y que te desnudes nomás que ella iba a estar ahí desnuda sosteniéndote y de pronto ella no está, no está tu ropa, no está tu adolescencia, no está tu mamá, no hay nada. Todo se va. Se va el amor. A veces me preguntaba eso de cómo se va el amor. Cuando la gente dice: nos separamos porque se fue el amor. ¿Adónde se va el amor? ¿Y cómo se va? ¿Hace "puf" un día y chau? Es como esa película que ella dice que siempre le sorprendió cómo una persona podía pasar de amar locamente a nada en absoluto. Y yo me preguntaba muy seguido cómo era que el amor se podía ir así. Pero puede. Lo vi. No sé si es algo tan rápido, pero parece rápido porque cuando se está yendo no lo querés  ver. Hacés una fiesta, ponés globos, planeás un viaje, te sacás fotos, te agarra una depresión que sólo ella puede curar y encontrás cada vez más chicanas para retenerla. Y cuando ella igual se va, vos decís que es una hija de puta después de todo lo que hiciste por ella. Te olvidás, por supuesto, que al menos las últimas cosas eran puras chicanas.
De pronto ella no te ama más. ¿Y qué hay que hacer? ¿Llorar, escribir, putear? O seguir pidiéndole cosas. Pedirle que te ame de nuevo. Porque hay que bancarse saber que estás pidiendo eso. Y también hay que bancarse ver que eso no va a pasar. Llorá, escribí y puteá. Todos lo hicimos.

Odio el verbo. Devolver. Es volver. No. Es peor. Es vomitar. Volver me hace vomitar. Verme reclamar me hace vomitar. ¿Por qué alguien querría una devolución?
No sé qué es lo que hay para devolver. La última ruptura me costó una o dos Mafaldas. Eran mis Mafaldas de toda la vida. Sé que se llevó la número 7, cuando Mafalda conoce a Libertad. Esto no es joda. Adoraba esas Mafaldas. Y sin embargo esa ruptura me costó algo mucho más terrible. No quiero recuperar esas Mafaldas. Quiero recuperar otras cosas que ya no tienen retorno. Y también, menos mal por esas pérdidas y por dejar ir. Porque sino yo no estaría acá, mirando a mi actual con su ex viviendo esta experiencia horrible, que ahora sé que sólo puede servir para aprender que algunas cosas no se devuelven.

martes, 21 de agosto de 2012

Hacer un puente y transitarlo


Todo empieza mal. Nos conocemos cibernéticamente. Ella está de novia, yo estoy todavía terminando de cerrar una historia muy triste con otra mujer. Ella es de Santa Fe y yo de Buenos Aires. ¿Quién me manda a embarcarme en algo así? 
El problema es que es más linda de lo que puedo tolerar. Me hice una regla hace años: nunca engancharme con alguien que viva a más de 20 kilómetros de mi casa. Me resulta cada vez más imposible sostener esta regla con la santafecina. Hay algo de ella que me entusiasma. Una luz, una cosa hermosa, no sé cómo describírselo a la gente. No es nada más que sea linda, es otra cosa. Sé que tengo que conocerla, aunque sigo sin entender cómo puede funcionar la cosa desde la distancia y, claro, con el pequeño inconveniente de que tiene novia. Ella dice que en realidad está todo mal con su pareja. En un par de semanas de hablar conmigo, sin que yo realmente lo venga venir, toma la decisión de terminar la relación. Yo ya no estoy lloriqueando casi nada por la mujer que me rompió el corazón. Termino de cerrar todo, de tirar mails, de entrar en su facebook, de cortar con cualquier cosa que me una a ella. Ahora sí es momento de conocernos. 
Viajo a Santa Fe. No pienso nada. Evito decirme que esto es una locura. Pero sé que es una locura. Me niego a ponerme nerviosa porque ésta es la cita por la que más lejos he viajado. Ella dice que no está nerviosa. Estamos nerviosas. 
Llego. Me voy al hostel que reservé previamente. Me baño. Es julio y debería hacer frío. Pero no hace frío. Es una noche ideal para ir al río. Yo no tengo río. O sí, pero está sucio y hay edificios y casi nunca lo vemos. Le digo que nos encontremos en el río, o sea, en el parque que bordea al río. De alguna forma pienso que eso va a relajarme. Llego unos minutos antes que ella. Y sí, logro relajarme. Ya la vi en fotos y me pareció linda, pero las fotos engañan a veces. Quizás tenga una voz horrible, quizás haya miles de cosas que no me cierren, que me aburran. La magia es tan poco probable. Ahora sí me vuelvo a poner nerviosa. Pero me reto a mí misma y me digo que es mejor calmarme. He recorrido demasiado camino. Es hora de confiar en mí. Por algo llegué hasta acá. Estoy sentada en un banco del parque, mirando el río. Ya me cambié diez veces de posición, pensando cómo sería mejor que ella me encuentre. Elijo una posición. Me quedo así por varios minutos. Me pierdo mirando en río. Estoy casi en el río. Y de pronto, su voz. Me doy vuelta. Es linda. No. Es hermosa. Quiero besar a esta mujer. Estos son los primeros pensamientos que tengo. Sentir algo así de buenas a primeras es muy raro en mí. Ese impacto. Esa certeza. Nos saludamos. Digo algo sobre su voz y mi voz, que menos mal que no tenemos voces horribles, eso digo. A pedido mío, ella trajo un vino. Caminamos por la costanera. La noche es tan hollywoodense que empalaga. Caminamos. Como siempre que me pongo nerviosa, se disocia mi mente de mi boca y lo que digo no tiene nada que ver con lo que pienso. No pienso casi nada. Pero algo hablamos. Ella no se da cuenta de mi disociación y por alguna razón no me siento tan nerviosa como otras veces. Algo de mí cambio, o creció. Algo de ella me hace sentir bien. Ella me lleva a un lugar bien alejado, al fondo de la costanera. Eso me da una buena pauta. Quizás ella también quiere besarme. Finalmente encontramos un buen lugar para sentarnos. Hablamos un rato. Me cuenta de su vida y de su familia. Yo digo el par de cosas interesantes que siempre digo para mandarme la parte. Pero lo digo honestamente. Y lo digo porque cada vez más estoy queriendo que me bese. Me pregunto cuánto tardará en besarme. Yo no puedo besarla. Atravesar la distancia de mi boca a su boca es para mí el corredor de la muerte. Se me juega la vida en esa distancia. No me animo. Ojalá ella no se dé cuenta lo mucho que quiero bersarla. ¿Querrá besarme? Trato de no pensarlo tanto porque sé que se me nota. Y si se me nota, se me juega la vida. Si no me quiere... no sé. No quiero ni pensarlo. Y entonces no lo pienso. Silencio todo adentro mío. Me dedico a disfrutar lo que me está diciendo. A mirarla sonreír. No sé si quiere besarme, pero estoy segura de que al menos le caí bien. Me siento bien. Hago silencio y miro al río. Hay un olor fresco que no existe en Buenos Aires. Estoy verdaderamente contenta. Paso unos minutos totalmente convencida de que si esto es todo lo que va a pasar esta noche, igual estoy casi satisfecha. Pero de pronto la quietud se quieba. Ella me apuñala con la mirada. Me aterran esos ojos. Yo creo que sé lo que quiere, pero no sé lo que quiere. Es cuestión de un segundo. Hay que entrar en acción, pero yo qué sé. Se me juega la vida. Ojalá ella lo entendiera. Ojalá supiera de todos estos años, de los golpes, de lo que me cuesta llegar al otro. Hacer un puente y transitarlo. Es cuestión de un segundo que es también cuestión de toda la vida. Tengo encima sus ojos y sé que algo tengo que hacer. Entonces me acerco decidida, valiente, corajuda y, muy estúpidamente, le doy un beso en la frente. Menos mal que ella se ríe de mí. Y menos mal que un instante después me dice que eso no es un beso y me da un beso como tiene que ser: en la boca y con todas las ganas que nos veníamos aguantando las dos desde que empezamos a hablar. Siento litros de sangre empujando en cada vena. Sé que no voy a poder dejarla. Ya no. Estoy condenada. Por suerte, ella también. 
Podía haberme ido a dormir al hostel. Nunca dormí en el hostel. 
Todo termina bien.