domingo, 13 de mayo de 2012

La piba del bar

 
El otro día, la piba linda que viene al bar que frecuento se apareció con uno de esos gorritos norteños, accesorio que no le hubiera perdonado a casi nadie pero, debo admitir, le quedaba bastante coqueto. Nos cruzamos en el bar al menos una vez por semana. Según mis cálculos, nos habremos visto ya unas quince veces, quizás más. Nunca le hablé. Pero tengo un inventario minucioso de su vestimenta. Una vez se vino con unos borcegos bajos color marrón, un short de jean y un saquito azul con rayas blancas. Divina (de las pocas veces que vino bien vestida porque en general es bastante así nomás, cosa que no me desagrada para nada). Sí, la tengo bien vista. Y este tipo de cuestiones no están nada buenas. Cuanto más me demoro en hablar con alguien, más alimento su canonización. Como ya vengo de canonizaciones pasadas sé muy bien que no conducen a nada. Yo no puedo tocar a una mina a la que he elevado a la categoría de santa. Entonces, mi acción no debe demorarse.

Me decidí a mostrar mi interés algunas semanas atrás. Por supuesto, no sé si es torta. El bar no es gay, pero suele atraer un público bastante diverso. Los amigos ya me preguntaron si tengo la certeza de su tortez. Les dije que no, pero que igual eso se sabe. No sé si lo sé por la vibra o porque estuve días examinándola. Yo digo que es por la vibra porque queda más copado. Esto es lo que observé durante lo que yo llamo "investigación de campo" (y que no tiene nada que ver con obsesión, así que shhh!!!):
1. No tiene rasgos físicos muy extremos (por ejemplo, determinado el corte de pelo), lo cual por ahora me había tenido confundida.
2. Usa ropa de torta: remeras lisas, jean, nada muy llamativo ni muy "femenino", pero también podría ser una heterosexual un toque masculina y aunque me guste su chonguez esto no es prueba suficiente.
3. Se para con las manos en los bolsillos. Punto a favor de la tortez.
4. La evaluación de su postura corporal dio como resultado que: no gesticula, tiene la espalda levemente encorvada -desgarbada diría yo- y es un poco seca en su expresión (pero sonríe re lindo). Siguen las probabilidades de tortez. Puntos a favor.
5. Tiene un piercing debajo de la boca. A mí no me jodas, eso agrega tortez. Más puntos a favor.
6. Muchas veces viene con un tipo, pero no hay ninguna implicancia romántica, se nota a leguas. Puntos.
7. La otra noche que hacía frío cuando salió a la calle a fumar se puso la capucha del buzo. Todos los puntos del planeta. He demostrado mi caso. Si no es torta, alguien tiene que avisarle.

A mí me gusta bastante su sonrisa, su piercing, ese algo que tiene así como de simpleza y de no fisura (se va temprano, no como yo) y mucho más me gusta que vaya a este bar que yo quiero tanto porque ahí está toda la posta del universo. Creo que si entiende porqué ese es el bar al que ella tiene que ir, es que entiende alguna de las verdades de la vida. Esto no es una exageración (y las que piensan que lo es, no van al bar y por eso no las quiero).
O sea que me propuse entrar en acción, pero como soy una torta bastante idiota, me sale fácil cancherear con los hombres pero no me sale en absoluto seducir a una mina. Simplemente no tengo idea qué hacer. No es una cuestión de género, es que me atolondro cuando algo me interesa. Es el miedo a la pérdida y todas esas cosas que antes hubiera hablado en terapia pero ahora me la soban. En definitiva, es necesario que entre en acción (cosa que en terapia se habla mucho, pero seguimos todos sentados en el sillón y nadie hace nada; y por eso uno se aburre y la deja). Entonces dije que le iba a poner mucho huevo a esto. No está bueno que en el bar yo siempre ando rodeada de amigos hombres y estoy constantemente siendo toqueteada por sus efusividades. Eso puede ser confuso para los propósitos de la conquista torteril. Pero a mí me gusta que me anden sobando, así que no les voy a decir a los muchachos que me dejen en paz. Si la mina entiende mis propósitos, que los entienda, sino es una tonta (y no se discute: o me ama, o es una tonta). Pero esto es lo que hice: la empecé a mirar bastante. Esta es la movida de cualquier torta pelotuda como yo. Yo la miro así bien fuerte, ella me mira y nadie hace nada. O nadie hizo nada, hasta hace unos días. Yo estaba esperando que la mina haga alguna movida... ¡loco, yo la miré un montón! Y me parece que es hora de que las cosas vengan a mí, quiero decir: que las minas vengan a mí, a mi bar, a mi espacio físico, a mi boca, a mi cama y así. Pero la mina, nada. Hay miradas, pero también puede ser que la tipa me mire por pura preocupación ante mi acoso visual. Todo esto es pura especulación, por eso sabía que era precisa otra movida, antes de que mis inseguridades me carcoman completamente el órgano racional que tan al pedo tengo ubicado en la cabeza. Así que creí que era hora de una proximidad física. Y eso hice. Pasé por al lado cuando la mina estaba parada en equis rincón del bar, fui afuera cuando la mina salió a fumar (pero no fui obvia, dénme un poco de crédito) y por si esto fuera poco, me lancé hacia lo que supuse una acción extrema: le pedí un cigarrillo a su amigo, que estaba parado al lado de ella. Le dije un par de cosas (a él, a ella ni mu) y me quedé fumando un toque hasta que vino un amigo y ellos se fueron. Con la flaca no crucé palabra, claro. Toda mi energía estuvo puesta en la proximidad física, pero más que eso no pude hacer.

Siento que ya estoy llevando las de perder. Por ahora no hice ninguna idiotez evidente, pero si no ejerzo alguna acción concreta, voy a quedar como una loca o una idiota y seré recordada como "esa mina del bar que me miraba tanto". O peor, hago movida y sale todo mal y después me la tengo que cruzar a la mina una vez por semana en el bar. No es tan terrible, pero tengamos en cuenta que vengo un toque golpeada de historias anteriores. Y ando a los gritos contra la vida, diciendo que todo lo que me pasó fue una injusticia así que lo mínimo que espero es algún tipo de retribución por parte de la vida hacia mí que he sido tan buenita (bueno, no tanto, pero yo digo que sí). Aunque si la vida ha sido injusta, no tendría razón para no volver a serlo. O quizás no es que en esta vida yo tenga que andar con minas sino, no sé, curar el hambre, ser diputada o tener una casa llena de gatos. Quién sabe. Yo no quiero ser la loca de los gatos. A mí me gustaría ahora tener una torta que me caliente la cama en invierno o algo así. Y como hace rato que no me soban más que los amigos pretendo tener los huevos suficientes (esto es un eufemismo, por supuesto, lo aclaro para quien ande con el dedito feminista preparado para disparar) como para ver qué onda con esta mina.
Aunque esta cuestión pueda no parecer gran cosa, aquí les explico: hace rato que estoy en una situación de mucho amor propio en detrimento del amor hacia las minas, entonces hace tiempo que no me gusta nadie, que ninguna tipa me conmueve o me genera una mínima curiosidad. Por eso digo que esto para mí es un montón. Y quiero ponerle mucho huevo, hacer las cosas de una manera diferente a como las hice siempre. Por suerte estoy en un bar, donde abunda el alcohol y eso ayuda bastante a la gente que, como yo, no tiene nada de huevos.
Sólo me queda encomendarme a alguna virgen del valle -de las pocas vírgenes que quedan porque las de la ciudad ya andan todas usadas- y ver qué va pasando en las próximas semanas.
Y sino siempre tendremos pornotube.

Sobre el cierre del blog

"Entonces escribir es el modo 
de quien tiene a la palabra como carnada: 
la palabra pescando lo que no es palabra". 
Clarice Lispector

Cerré el blog con total convicción. Harta de escribir, harta no del lesbianismo pero sí de quienes lo detentan, harta especialmente de la palabra. Por eso tampoco tuve, hasta ahora, la idea de volver a abrirlo.
Pero no espero de mí ninguna coherencia. La coherencia es el lustre de los quietos. Espero de mí la incomodidad, la transformación. Me planteo con alegría ser totalmente incoherente.
Por eso cuando se empieza a escribir un blog en 2009, es esperable que algo cambie. O que todo cambie. Ya no soy lo que era. Casi nada de mí guarda relación con lo que fui hace tres años. De hecho, poco de mí se parece a quien era hace algunos meses. Cerré el blog porque no quería decir nada con palabras y menos quería decir sobre el tema al que refiere el blog. Tengo poco para hablar sobre las tortas. Sólo un pequeñísimo detalle: que yo soy torta. Y algo aún mayor: que aunque las esquive, las palabras van a seguir empujándose de mí, para pescar todo eso que no es palabra.
No sé realmente gran cosa, salvo que si no hubiera encontrado el arte, qué sería la vida, algo como estar todos los días en un subte yendo a trabajar y una lista de supermercado y el correcto desempeño y la falta de excepciones y dormirse temprano para volver al subte y al trabajo y nada más. El arte es la verdad más grande que le he arrancado a la vida en este último tiempo.

Dejo abierto este blog sin saber qué va a pasar, qué voy a hacer, qué voy a ser. Quizás lo deje así, quizás vuelva a escribir. No sé. Será cuestión de ver qué hacen conmigo las palabras.