lunes, 8 de abril de 2019

Enter the void



¿Qué estamos haciendo? Vivimos. Somos. Pero ¿qué es eso? Somos una especie que tiene conciencia de su ser. Constante observación de que existimos y también de que vamos a morir. Esta es la crueldad originaria. El gran sadismo. Sabemos que existimos pero no sabemos para qué. Un perro no se pregunta para qué existe. Vive como perro. Se alimenta, crece, muere sin haber pensado nunca en la fatalidad. La humanidad es otra cosa. Tenemos la tediosa cualidad de reflexionar. Es decir, de volver hacia nosotres mismes. Pensamos y nos pensamos. Existimos y nos preguntamos para qué existimos. Alguien nos lanzó al mundo sin explicarnos nada. Y sabremos todo el tiempo que habremos de morir. Que la fiesta de la vida se termina, que los demás seguirán sin vos y vos no sabés adónde te vas aunque a veces sospeches que vas hacia la nada, pero tampoco sabés qué significa eso porque no tenés experiencia de esa nada. Lo único que hiciste en esta vida por ahora fue vivir. Todo esto es bastante angustiante y es probablemente el motivo por el que existen las religiones, los ritos, la filosofía. Pero también es el motivo por el que existe la cultura. Digo cultura en tanto costumbres, hábitos, desarrollo humano en general. Llamo a cultura a la gran ficción que es vivir en tanto a cómo transitar el acto biológico de la existencia. La vida es ficción. Nos ficcionamos. Es decir: creamos ficciones para solapar el hecho de que no sabemos quién nos puso en el mundo, para qué, qué es el bien y qué es el mal si es que existe, de qué manera se puede trascender la mera existencia, por qué morimos, qué pasa cuando morimos, qué hay más allá de nuestro mundo, etc. El cómo y el porqué de cuestiones fundamentales para nosotres, no tienen respuesta.
No puedo pensar la vida más que como una ficción. Es decir, un cuento. La vida es cuento. Elegimos un sistema moral, un orden político, una forma de producir e intercambiar la materia. Decidimos qué está bien y qué está mal. Aprendemos y recordamos lo aprendido. Generamos una rutina que nos salva del caos porque si cada día tuviéramos que aprender a atarnos los cordones de las zapatillas todo sería bastante más complicado. La rutina nos ficciona. Esto es, inventamos un sentido. Decimos: hoy tengo que levantarme para ir a trabajar, porque hay que trabajar para cobrar un sueldo, porque vivimos en una sociedad capitalista en la que el trabajo se intercambia por lo que es necesario para nuestro sustento, pero además para otras cuestiones que decimos que son valiosas como determinada indumentaria, el consumo de espectáculos culturales, las vacaciones. Este cuento podría ser otro. Podríamos sustentar nuestra existencia de otra manera. Podríamos generar otro tipo de vínculos, otras formas de familias o ni siquiera pensarnos en tanto familias. Las comunidades podrían ser diferentes, la distribución del trabajo o el mismísimo concepto de trabajo podría ser otro. Podríamos valorar en forma diferente lo que está bien y lo que está mal; nuestra moral podría haber sido completamente distinta. Podríamos tener más tiempo para pensar en estas cosas. No estudiar tanto, ni trabajar tanto, ni ir de una salida a otra, de un amigo a otro, de una pareja a otra. Podríamos tener tiempo para afrontar la crueldad originaria. Pero no queremos tener ese tiempo.
Nos morimos. Y no sabemos para qué vivimos. Quizás peor: estamos incompletos. Vivimos buscando completitud y todo el tiempo nos enfrentamos al vacío. Compramos cosas, nos vamos de vacaciones, estudiamos una carrera, tenemos hijes, elegimos vivir en el sur, nos hacemos veganes, nos enamoramos, salimos con nuestros amigues. Todo esto en vistas de sentirnos llenxs, satisfechxs, realizadxs, de que hemos tomado las decisiones correctas, que estamos mejor que antes, que esta forma de ficcionarnos es más real. Pero asoma constantemente el vacío. Porque la primer gran injusticia que es vivir y no saber para qué y además ser conscientes de nuestra finitud, da pie a que todo ese escenario que inventamos, esté puesto siempre en duda, mal montado, en estado de fragilidad. Nada puede ser pensado en términos de justicia cuando afrontamos la injusticia de nuestra muerte. Morimos solxs, sin explicación, inevitablemente y sin respuesta a si todo lo que hicimos en nuestra vida fue bueno o malo. No hay nada de eso. Sólo vacío. Pero este vacío no es patrimonio exclusivo de la muerte. Si las premisas mínimas de la vida son injustas, inexplicables, azarosas, esto por supuesto se desdobla en toda nuestra existencia, más allá de cuánto éxito tengamos en ficcionarnos y creernos esa ficción. Podemos construir una vida llena de sentido. Creer realmente que todo lo que inventamos para que nuestro absurdo tenga algún tipo de forma es real, es bueno, es valorable. Pero por cada agujero se abrirá paso el sinsentido, el azar, el dolor. No importa cuánto intentemos equilibrar los componentes. El vacío irrumpe porque hay un abismo primordial de lo que sabemos y lo que podemos conocer. Estamos limitadxs, nunca estaremos llenxs. 
Entonces quizás sea hora de entrar en el vacío. Reconocerse ahí, en la tristeza, en la falta. Y no querer llenarla con nada, ni con nadie. Transitar el vacío. Hacerlo propio. Saborear la falta. Morderla fuerte. Que la falta no sea el camino hacia la plenitud. No añorar plenitud alguna. Caminar porque sí. Porque habrá algo más a unos pasos. Pero nunca será lo que nos satisfaga. Nunca estaremos llenxs. Nadie, por hermosa ficción que hagamos del amor, nos hará sentir completxs. Hay un tiempo de primeras alquimias, apenas empezás una carrera, un trabajo o cuando te enamorás. Una sensación de que de pronto todo está bien. No dura. No está hecho para durar y más que nada: no debe durar. He abandonado mi necesidad de completitud. Derroqué mi imperativo de felicidad. No quiero que nada active esos dispositivos que tan tentadoramente intentan reaparecer para aliviarme. Esos que te prometen que vas a dejar de sufrir, que con esta píldora, con esta pareja, con este nuevo colchón, todo será mucho mejor. Estoy dispuesta a dejar de creer en todo eso en pos de algo más terrible y verdadero: entender que siempre tendré una gran falta. Que no hay reemplazos porque lo que hay que desarmar es otra cosa. Una persona o una cosa con la que puedas aliviar la carga, no salva tu falta originaria. No te llena, sólo te calma. No quiero calmarme. Quiero ver el abismo. Quiero vivir prendida fuego. No quiero nada que me prometa que todo va a estar bien. Nada estará del todo bien. Y nada debe estar del todo bien, para poder entonces movernos. Caminar hacia adelante. Moverse no es ir hacia los costados. Es derribar el escenario.
Viví con tanto miedo. Desde muy chica tuve conciencia de la fatalidad. Sufrí soledades inmensas. Incomprensión. Vi el abismo y volví hacia atrás. A que me abracen, a que me cobijen. No hay frazadas. Simplemente jamás serán suficientes. Hay que vivir en la intemperie. Helarse los huesos. Dar bocanadas de aire podrido porque donde hay vida hay putrefacción. En realidad, más que vivir en la intemperie lo que hay que entender es que siempre estuvimos ahí. Que todo lo que hagamos para silenciarlo son formas de no mirarnos, de no sabernos, de no indagarnos, de no morirnos de frío. Formas de buscar abrigo en un mundo que deberíamos reconocer como injusto, cínico, hiriente, inexplicable. Viví con tanto miedo a todo eso. Al dolor, a la tristeza. Ahora entiendo que una porción de tristeza será siempre algo humano, mío, como el color de ojos o el tono de mi voz. Hay una falta constante que intenté desesperadamente enmascarar. Y finalmente fue la que me dio vida. Ver la falta, transitarla y esperar. Esperar. Y dejar que me inunde. Que todo sea falta. Que me falte. No buscar abrigo. Caminar la falta. Y convertirme, ver que soy un ser en falta. Para no negarla más. Para no intentar satisfacerla más. Y entonces hacer lo que quiera, o ser lo que quiera o no ser nada. ¿Qué importa? He declinado también mi ilusión de que existe una ficción correcta.
Estoy empezando a convivir con pequeñas y sinceras dosis de alegría.

martes, 12 de febrero de 2019

En clave No-Varón


Son esas cositas. Reconocer un error, pedir perdón. Estar equivocada. Pero no sólo eso. Estar desnudamente equivocada. Frente a la otra, equivocarme. Había algo para perder ahí. Algo, todo. Siempre lo sentí como algo del orden de la masculinidad. A ver si lo que digo tiene sentido: que se perdía algo de la clave masculina de mi persona. Como si mi identidad se resguardara en esa clave. En aquello que lo masculino podía defender. Es decir, una identidad defendida por mi soldado varón. Entonces cualquier defecto señalado era un golpe a mi identidad. Un golpe a mi soldado. Había que llevar las discusiones a cualquier término, al peor de los términos, pero nunca abdicar. Porque mi soldado no podía ser vencido a razón de que toda mi persona sería vencida. ¿Qué había más allá de mi supuesta identidad? Seguramente nada. Si alguien demostraba que me había equivocado, qué vergüenza. Algo se iba a destruir en esa disputa de quién tiene razón. Y no podía ser yo. Jamás mostrar la falta. Aferrarse a cualquier incongruencia que estuviera defendiendo. Aferrarse siempre me pareció algo del orden de lo masculino. Tengo esa imagen del hombre que permanece despierto toda la noche, agarrado a un palo que es suyo ahora, que quizás haya sido robado pero que hoy es suyo. El hombre sostiene el palo como si de eso dependiera su vida. Y es así. El palo, el falo, diría cualquier freudiano. Esa es la imagen que tenía de mi identidad. Tenía que aferrarme a eso, no mostrar error, no pedir perdón, no dejar entrar nada. Ser un soldado también de mi sexualidad. Que no sea tocada. Que no sea criticada. Ser un cavernícola de mi cuerpo. No ser observada.
A veces pienso que pasa eso con los varones. No pueden ser desmentidos. No soportan el debate. No toleran escuchar. No tienen escucha. Pero porque hay algo de su masculinidad que se pone en juego si se demuestra que se equivocan. Entonces, sale el soldado. A nosotras también nos enseñaron a ser así. A defendernos del mundo. Porque la otra persona siempre es un riesgo. 
El mundo de la guerra es el mundo de los hombres. El Estado moderno, su burocracia alienante, sus formas de protección de la propiedad privada y de apropiación de los cuerpos, es el ideario masculino de las relaciones sociales. 
Pero nosotras tenemos una vía de escape. Un punto de fuga en el que podemos inventar todo. El mundo de las mujeres y de las identidades diversas puede ser el de la empatía. Nuestro ideario de mundo está inventándose ahora mismo, al tiempo que leemos teoría feminista y conocemos experiencias de identidades subyugadas. El mundo de la mujer como categoría esclavizada, como clase social que fue sostén del varón obrero, del varón peón, del varón comerciante, es un universo que se está creando, que aflora de las alcantarillas de la historia. Es nuestra otra historia, la de las esclavas que Hegel no contó, la de las esposas del proletariado que Marx olvidó. Las hijas del fordismo que dejaron de ser útiles después de la Segunda Guerra y volvieron a sus casas a ser buenas esposas. Las nietas de las brujas, las nuevas mercancías del neoliberalismo. Esta es la otra historia, la que no quisieron ver. Y se está tejiendo. 
En mí se teje en todos mis agujeros: en mis dolores traza vendas, en mis miedos construye redes para que pueda dejarme caer y errar y caer y volver a errar y aprender y aquí no va a pasar nada porque estamos nosotras, las hermanas de tu historia, lanas de tejido que no estamos para decirte lo mal que hiciste sino para dejarte aprender, dejarnos aprender y errar y aquí no va a pasar nada, pues hermanas.
Entonces me equivoco. Y a veces no sé un montón de cosas. Entonces ubico lo que me dan ganas de aprender y si quiero lo aprendo. Y ubico mi error y un poco de vergüenza me sigue dando, pero si quiero pido perdón. O al menos trato de enmendar. O mínimamente de callar cuando estoy defendiendo una pelotudez por el mero hecho de defenderme. Escuchar ha sido una gran ganacia. Callarme y escuchar a la otra. Lo que dice, lo que pide, cómo experimentó tal o cual situación. 
¿Y qué tiene si me equivoco? ¿Qué parte de mi identidad pierdo? ¿Aquello masculino que no podía ser tocado? Que se vaya eso. Detrás de todo estaré yo. Y estarán las que al lado mío construyen vínculos amorosos que jamás se van a jactar de que me haya equivocado. Mientras tanto estaremos construyendo empatía, que es humanizarse. Y estaremos aportando a debatir y construir ideas mejores, porque primará la idea por sobre esos egos que no podían abdicar. 
Pienso en todas las veces en las que creí que se me jugaba todo en una pelea. Ahora entiendo que mi identidad no estuvo nunca ahí. Tendría que haber pensado qué estaba discutiendo realmente, por qué necesitaba tan desesperadamente defenderme. Y tenía que dejar ir. Nada de lo mío se jugaba ahí. Lo mío estaba en otro lado. Y aún si tenía razón, ¿qué me ganaba? ¿una tostadora? ¿una estrellita en la conciencia de mi personalidad? Puras baratijas. Lo que había que tejer era otra cosa. Equívocos, errores, debates, abrazos, empatía, escucha. Había que construir afectivamente. En eso sí se juega todo. Y si te equivocás, aprendés y seguís. No debería haber un archivo para marcar esos errores. Nadie lo resistiría. Porque si estamos construyendo amorosamente, humanamente, todo es plausible que suceda. También el error. Y seguimos siendo cada una lo que es. Se aprende. Se sigue. 
Y así, de a poco, vamos tejiendo nuestra otra historia.

viernes, 8 de febrero de 2019

Apendicitis


Cuando la enfermera prendió la luz de la habitación supe que al fin era jueves y que todo había terminado. Lo primero que vi fue la cara de mamá apoyada a los pies de la cama en la que yo apenas había podido dormir. Sentada en una silla de pésima calidad, mamá se despertó con su propio ronquido unos segundos después de que la luz blanca invadiera nuestros sueños atrofiados. La señora de la cama de al lado también se despertó, pero esta vez no le tocaban a ella los remedios sino a mí. Cambio de suero, jeringa con antibiótico y cómo te sentís, viste que ya pasó todo, no te preocupes.
No sé exactamente cuándo me quedé dormida. El anestesista se presentó, también las dos asistentes de cirujía, o al menos creo que eran asistentes. Nunca vi a la cirujana. Me dormí antes. No sé cuándo, pero el anestesista se había presentado, también las asistentes y yo estaba mirándolo todo boca arriba.
No soñé nada, ni maravilloso, ni horrible. Alguien me había dicho que era el mejor de los sueños. Pero sólo tuve una sensación de negrura e intrascendencia. Después me despertaron para comunicarme que la operación había terminado y me condujeron a mi habitación. Mamá me tocó la cara. También papá. Después se fue. Mamá no. 
Tuve calor, naúseas. Sentí que el mundo se derretía. Y ni siquiera me dejaron retener una almohada. Es por la operación y porque te podés marear, dijo la enfermera. Sádica. Me dijeron que durmiera, que todo iba a estar mejor a la mañana. Pero estaba en el infierno. Me ahogaba. Me dolía la panza como en cien desgarros. Y calor, calor, calor. Es por la anestesia, dijo alguien. Dormí, dijo alguien más. Yo cerraba los ojos pero no podía dormir. Si tan sólo pudiera conseguir una almohada. No podía respirar así, en esa posición. Estaba en una caverna, a kilómetros de profundidad del exterior. La enfermera me prometió que me daría la condenada almohada en seis horas. Entonces me concentré en sobrevivir esas horas. Mamá me dijo que debía tener apnea, que no me preocupara, que no me iba a ahogar, que todo el malestar era por la anestesia que se estaba yendo. Quería decirle que me sentía horriblemente, le quería contar de la caverna en la que estaba, pero me habían prohibido hablar y no tenía fuerzas y tampoco creía que mamá me hubiera entendido lo de la caverna. Pero me concentré en sobrevivir algunas horas, al menos hasta conseguir la almohada. Lo logré un rato antes de lo previsto. Me ganaste por cansancio, dijo la enfermera y me aferré a ese ansiado objeto, dejándome transportar hacia la superficie de a poco, porque yo sabía que mi cuerpo desmembrado necesitaba eso para estar un poquito mejor y llegar a la mañana más o menos entera. 
Eran las seis y cuarto, según lo que dijo la enfermera del turno de la mañana. Ya había salido el sol pero la habitación, si no era por la violenta luz artificial, hubiera estado en penumbras. Siempre te despertaban así. Para limpiar, para darte un analgésico, para inyectar algo en la vía del brazo de la señora operada de los intestinos de la cama de al lado. Llegué finalmente a las seis y cuarto y era jueves y ya me habían operado y mamá roncó, se despertó, me miró y le hizo un mimo a mi pie que tenía justo al lado de su cabeza. Se había quedado toda la noche al lado mío y yo no le regalé nada por su cumpleaños porque no me alcanzó la plata y prometí que si sobrevivía al viaje implacable de aquella noche, le compraría el perfume que tanto le gustaba y por qué siempre escatimar en gastos si mamá había estado ahí como nadie, tan cerca mío, peleando por mi derecho a una almohada y después explicándome por qué no podían dármela en ese momento y que todo iba a pasar una vez que la anestesia con su coletazo desenfrenado detuviera su marcha agónica. No lo dijo así porque mamá no habla de esa manera pero juré, en medio de ese tiempo de arabescos de fuego, que escribiría algo sobre ese abismo y lo escribiría mejor de lo que sucedió. Y prometí que entendería qué era lo que tenían que extirparme. Porque había que hacer literatura de ese dolor tan burdo y concreto y decir algo más. Que mamá durmió al lado de mi cama pero en la caverna de la anestesia estuve sola y atravesé horas de apneas sin almohada y de suplicios inalienables y de un cuerpo que hubiera sido derrotado si yo misma, en mi propia caverna, no me hubiera dicho vos podés, unas horas más, ya pronto será jueves y todo habrá terminado.

sábado, 26 de enero de 2019

La policía de los cuerpos



Hay una foto mía que me encanta. Debo tener unos 4 años y estoy tomando mate en la playa. Tapada con una toalla, lo único que asoma son mis piernitas flacas. Fui flaquita hasta los 9 y después, no sé qué pasó. Quizás no haya que buscar las causas sino las consecuencias de no haber ingresado correctamente al grupo de personas que sí se ajustaban al modelo correcto de cuerpo, de pensamiento, de orientación sexual. No haber sido correcta fue algo que pagué durante años, cada día. 
Hace unas semanas leí el libro "cuerpos sin patrones", de Laura Contrera y Nicolás Cuello. Confieso que lo leí por curiosidad porque realmente no esperaba cambiar mi manera de pensar con respecto al cuerpo. En parte sigo intentando, aún hoy, pertenecer al grupo de los correctos. Porque cuando no tuviste una forma adecuada, lo único que querés hacer es saldar esa deuda con vos misma. No querés tener orgullo de lo que sos. Querés que te dejen en paz. Durante muchos años hubiera querido simplemente pasar desapercibida. Que nadie me diga nada en la calle o en un boliche. Que sea más fácil pertenecer a un grupo de amigues sin sentirme interpelada por todo lo que no era. No leí ese libro tratando de transformarme, sino para sacar datos sobre la sociedad y qué sé yo. Pero finalmente me transformó.
El asunto es que, si bien algo intuía, nunca pensé que la mayoría de las vivencias horribles que experimenté en mi vida social habían tenido que ver especialmente con no haber tenido un cuerpo hegemónico. Sí, fui conciente de cada palabra que me dijeron, pero después no pude hacer una lectura de las consecuencias reales que eso había causado en todo mi sistema de pensamiento.
En el libro de Contrera-Cuello encontré palabras como vergüenza, culpa, silencio, falta. Casi toda la vida asumí, tal cual lo expresa el libro, que yo era incogible. Que estaba fuera del circuito del deseo de lxs demás. De más grande pude modificar un poco la forma de mi cuerpo (o sea, bajar de peso, usar determinada ropa) y también proyectar cierta imagen de orgullo, más bien diría soberbia, para blindarme o mejor dicho: para ofrecer un mejor producto de mí misma. Dejé de usar ropa monocromática, me teñí el pelo, me hice la canchera. Abandoné mi lugar en el fondo de la foto y me dije a mí misma que iba a jugar a ser eso todo el tiempo que pudiera. Me enamoré o me gustó gente a la que sentí que estaba engatuzando. Sabía que ni bien supieran mi verdadera trama, se iban a cansar de mí. Transité esos amores como una especie de truco de magia. Mientras pudiera tenerlas bajo esa alquimia de creer en mi personaje, estaba todo resuelto. Pero lo cierto es que después afloró siempre lo verdaderamente mío. Un cuerpo que no era hegemónico, un cuerpo al que llamaré gordx sólo para apropiarme por un rato de esa palabra que odiamos tanto. Porque todo lo horrible que viví y que finalmente me enfermó el alma, fue por haber sido más grande que lo que este mundo de mierda propone como un cuerpo deseable. Conozco muy pocas femineidades que se sientan realmente cómodas en su cuerpo. Siempre hay algo que sentimos que no está del todo bien. Pero no hay nada que sea tan insidiosamente atacado como la gordura. ¿Será como escupirle al centro del patriarcado una de las peores desobediencias? Pero esto no lo hicimos con conciencia. No hasta ahora. No fue dejadez, no fue porque nos encantara sentirnos horribles. Fueron los genes. O fue simplemente que tenemos cuerpos diversos y eso es todo. Altas, bajas, con más o menos tetas, nariz, orejas, con tonalidades de piel diferentes. Somos diversas. Pero nos dicen desde que nacemos que tenemos que ser como una pequeña porción de las mujeres. Cierta altura, ciertas medidas, cierto color de ojos, cierto número en la balanza. Y si no encajás en eso, hay que sentirse siempre en falta. Inadecuada. Por supuesto que los demás se sienten en derecho constante de marcarte todas esas cosas que te hacen incorrecta. En la niñez y en la adolecsencia lo padecimos en mayor o menor medida todas las mujeres. No sé si es la edad, quizás sí, pero ahora no me lo dicen. Al menos no es que no puedo caminar por la calle sin que me tiren un comentario de mierda. Eso ya no pasa. Pero pasó cada día de mi vida entre los 9 y los 25 más o menos. Eso sí, ahora celebran si perdí unos kilos. No sé por qué. De alguna forma siempre siguen opinando pero ya no dañan. El daño lo hicieron antes, cuando crecí. En el momento en que tenía que hacerme cargo de mi identidad. Y ahora estoy entendiendo cuánto de eso fue horadado por el hecho de no haber tenido un cuerpo que se ajuste a los cánones que... No. Voy a decirlo como tiene que ser: por haber sido gorda. Y me pregunto quién decide cuándo alguien es gordx. Porque también están los que te consuelan diciendo que vos no sos gorda o no sos TAN gorda. Esto, según el libro que leí, tiene que ver con que la gordura se asocia a lo feo, al descuido personal, a la vagancia. O sea que si te ven que vos mal que mal tratás de ponerle onda, te ganás que te digan que no estás tan mal. Pero: buena suerte tratando de conseguir compañere sexual. Porque ahí sí que se complica. Aunque no estés "tan mal", estás lo suficientemente mal como para no formar parte del circuito del deseo. Entonces tratás de apalearlo siendo inteligente, graciosa, buena. Vivir en falta es tratar lastimosamente de tapar todo eso que te hicieron creer que no sos.
En definitiva, no voy a mentir diciendo que esto se resuelve trabajando nuestra autoestima, porque tenés un ejército constante de mensajeros del mal que te van a seguir machacando con los cuerpos deseables para que sientas que sos una porquería que no tiene derecho al goce y de esa manera nos quitan lo más básico de la existencia. El derecho a disfrutar. A vivir de la manera que se nos antoje, a ser criaturas deseantes y deseadas. Pero hay un par de cosas que sí se pueden hacer. Primero, dar cuenta de quiénes somos y adueñarse un poco de eso. Esa nariz, esos ojos, esos rollos. Adueñarse. Quizás algo se pueda cambiar, pero no es realmente necesario. Sí, necesitamos ser queridas. Vivimos en una sociedad. Pero primero hay que empezar a transitar una construcción colectiva de nuestros cuerpos diversos. Empecemos a militar porque lo que cambie sean los patrones corporales. Y eso sí arranca por nosotras mismas. No bajo el concepto pedorro de la autoestima. Sino bajo la hermosa palabrita que nombré recién: Militancia. Es decir, militancia de los cuerpos. Que tu cuerpo sea un órgano de militancia. Apropiate de lo tuyo para decir: Sí, voy a vivir mi cuerpo como carajo se me antoje. Voy a vivir mi cuerpo de manera tal de aportar diversidad a este mundo obtuso, hipócrita, hiriente de las otredades.
Quiero decir que fracasé infinidad de veces en intentar apropiarme de mi cuerpo. Fracasé porque seguí pensando que casi todo lo que era estaba mal. No podía ni coger sin pensar que ojalá no me mire las estrías o no me toque el rollito o si con luz se me ve la celulitis. No pude garchar así. Me comió la cabeza durante años. Estar desnuda era mostrar a carne viva todo lo que para mí era defectuoso. El embrujo del amor me duraba hasta ahí. Si me veían desnuda, ¿cómo sostener? Iban a saberlo todo. Mis imperfecciones, mis inseguridades, todo lo que el mundo le hizo a mi cabeza. Entonces cogía sin pensar. Cogía rápido, en carrera para que la cabeza no me alcanzara. Cualquier pausa significaba volver a tomar conciencia de mi cuerpo, del desprecio que aplicó el mundo sobre mi cuerpo y que luego apliqué sobre mí. Repetí para mí misma esos gritos de la calle, ese afán de la gente de caca que te cruzás en los boliches. Me pude alejar de esa gente físicamente, pero no la pude sacar de mi cabeza. Me afectaron profundamente. Todas las parejas, todos los encuentros sexuales, todas las personas que me gustaron con las que ni siquiera pude tener un diálogo, todo estuvo afectado por ese abuso sistemático que tuvieron contra mi cuerpo, como imagino habrán tenido en mayor o menor medida sobre todos los cuerpos no hegemónicos (¿y quién tiene realmente ese cuerpo ideal? ¿un puñado de personas? ¿y el resto qué? ¿nos dedicaremos eternamente a sufrir?). 
Sé que le hice vivir a mis compañeres sexuales muchos momentos de mierda. Si pudieran haber habitado mi cabeza en esos momentos entenderían que era un infierno mucho más horrible del que imaginaron. Todo lo peor me lo hice a mí misma. Y entonces es momento ahora de militar este cuerpo. Que sea rebelión. Que sea lo que es. Que sea deseante y deseado. Que se mueva, que baile. Que se junte amorosamente con otros cuerpos militantes. Que se debatan los cuerpos. Que se mezclen los dolores de todes y los desanudemos colectivamente. Y los llenemos de ideas nuevas, de placeres inmensos. Porque esa sí que es una buena manera de escupirle el asado a la policía de la contextura física. No sé qué tan bien me va a salir todo esto. Estoy dando mis primeros pasos. Nunca escribo desde la sabiduría. Escribo como una forma de plasmar un listado de metas. Nada está cerrado en la construcción feminista. Estamos debatiendo todo. Para afuera y para adentro. Que esto quede claro. Nada de lo que escribo es una forma de enseñar. Son palabras para mí y para quien le pueda servir. Estamos en construcción y vamos caminando. Intuyendo que algunas cosas van por ahí, pero ¿quién sabe? Queremos cambiar el mundo pero falta tanto. Al menos, mientras tanto, ir ayudándonos entre todas a hablar, a disfrutar, a abrazarnos, a reírnos, a pasarla un poquito mejor.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Ojalá que te enamores

Se dice que en Medio Oriente existía una maldición abocada a proferirte que hagas malos tratos. "Ojalá que te enamores", dicen que proclamaban los mercaderes para poder sacar la mejor tajada de un negocio. Esto fue retomado por infinidad de idiotas para escribir sus columnas idiotas sin chequear si esto tiene algo de real. Es cierto que "ojalá" es una palabra de origen árabe (oj-alá, por el Dios musulmán), pero más allá de eso no tengo los datos suficientes para afirmar que sea cierto. Sólo diré que suena verídico. Dudo de que haya existido en el pasado algo tan turbiamente mercantilizado como el amor romántico, pero a los fines de lo que voy a escribir, démosle la derecha y digamos que quizás haya sido así.
¿Qué pasa cuando nos enamoramos? Además de una multitud de estudios realizados sobre las sustancias químicas que se ponen en juego en nuestro organismo, me pregunto cuánto de esto no podrá ser equiparable a las sustancias que se originan cuando, por ejemplo, das un discurso público, estás a punto de tomar un avión, o cualquier otra situación de estrés o ansiedad de algún tipo. Hay que decir que todos nuestros actos están mediados por reacciones químicas, entonces no sé cuál sería la preponderancia de aquellas reacciones que tienen que ver con el enamoramiento. También hay sustancias que aparecen cuando estornudás. O sea que lo químico dejémoslo de lado porque si hay componentes moviéndose en cualquier situación, entonces destacar los que surgen durante el enamoramiento es bastante tendencioso.
Escuché a filósofos, psicólogos y licenciados de todo tipo resignarse a decir que la cuestión de por qué te enamorás de tal o cual persona y no de otra es algo finalmente inexplicable. Un asunto rayano con lo mágico. Yo creo que si ahí no hay una pereza del oficio, hay al menos un interés en no destruir esa última fe que nos queda. La magia del enamoramiento, al parecer, no debe ser manoseada por ningún experto. Sin embargo, estoy segura de que si investigamos algunas cuestiones de la composición de lo socialmente aceptado en este contexto histórico, es decir de lo que culturalmente es lo bello, lo digno de ser amado y de las formas de amar (del deseo y su persecución) en esta época y en esta región y al mismo tiempo hacemos una indagación psicológica profunda de la persona enamorada, entonces es muy probable que entendamos por qué está enamorada, de qué manera lo hace y, más específicamente, por qué se enamora de quien se enamora. No me parece que sea un misterio tan grande. Es posible revelarlo. El problema que acarrea exponer este tipo de misterios es ¿qué se hace entonces con la pérdida de la fe inmensa que tenemos con respecto al enamoramiento? Y con esto me refiero en particular al amor romántico. Porque lo que se cae una vez que empezamos a desentrañar este tipo de misterios es el esoterismo, o mejor dicho el discurso del amor idealizado, ese amor que promete amparo en un mundo absurdo y trascendencia ante la cruel verdad de que vamos a morir.
Ya sabemos que la idealización es condición sine-que-non del enamoramiento. No hay forma de que construyas una fe tan grande si no es a fuerza de erigir cierta cantidad de características "positivas" de la otra persona (a las que solemos llamar virtudes) y hagamos la vista gorda de muchas otras cuestiones que no nos gustan (a las que llamamos defectos). Por supuesto que la otra persona es un cúmulo de particularidades que a mí pueden no gustarme pero a otra sí. De todas formas esto tampoco es muy incierto en una sociedad globalizada en la que, por ejemplo la gordofobia es moneda corriente y al mismo tiempo hay una adicción muy grande a perseguir a la persona que nos rechaza, o que al menos "nos la hace difícil". Cuestiones que emergen en la mayoría de las historias "de amor" que he escuchado en mi vida. Es decir que el concepto del gusto no es necesariamente tan relativo. Pero volviendo a lo anterior, el enamoramiento es parte iniciática de la experiencia mágica del amor romántico.
Con respecto al amor romántico quiero explicar, para quienes no lo sepan ya, que es un concepto que no refiere al amor en sí, sino a un tipo de amor particular que fue popularizado en nuestra época Moderna/Posmoderna. Es decir, antes del siglo XIX las formas del amor de pareja eran totalmente diferentes. Los causales de matrimonio, al menos en las clases medias y altas, tenían que ver con cuestiones de posicionamiento social. No quiere decir que no se pudiera desarrollar afecto o amor hacia la otra persona. Lo que significa es que el amor como lo conocemos hoy en día tiene menos de 150 años. Yo diría que incluso podría datarse en la segunda o tercer década del 1900, cuando la publicidad empieza a tener mayor preponderancia (para leer más sobre esto recomiendo a Eva Illouz). Vale decir que el rol de la mujer como "ama de casa" y responsable de la reproducción de los pequeños trabajadores que el capitalismo necesitaba es unos siglos anterior. Pero en el caso del amor romántico, empieza a surgir como parte de la estrategia publicitaria (y aquí la ubico también en el discurso de la radio, la tv y el cine) para vender casi todo. Desde maquillaje, hasta viajes. Pero también para incitar una fe en un mundo secularizado que promovía un deseo de consumo irrefrenable. Porque lo que propone el amor romántico es la realización concreta de otra gran mentira que es la idea de felicidad. En realidad, el truco de la felicidad es que no es algo concreto sino difuso a lo que al parecer podés aproximarte pero nunca satisfacer del todo (aunque te digan que sí). Y si algo no se satisface, el deseo se puede movilizar de manera constante. Y si siempre te faltan 5 pal peso y hay alguien diciéndote que si estás más flaca (comprántode los truquitos de Cormillot) o usás tal perfume, o te vas con tu pareja al Caribe, entonces seguro lográs llegar a eso que tanto ansiás... pavada de artilugio publicitario. Siempre vas a tener que comprar algo. Y nada te hace consumir tanto como el deseo de la felicidad que promete el amor romántico. No sólo eso. El otro efecto de todo esto -vale para explicar uno de los mecanismos de la Modernidad- es convertirte en una persona a la que toda la vida le van a faltar 5 pal peso. No sos suficiente. No es que hay un sistema aplastándote, es que vos no sos digna de ser amada. No sos digna del palco. Nunca, boludita, nunca vas a ser feliz. En qué seres terriblemente insignificantes nos han logrado convertir. Entonces sí, ojalá que te enamores. Ojalá que añores ese amor que no existe, que es inalcanzable, ojalá que compres todo lo que creés que hay que comprar, ojalá te adaptes y te sometas, porque si dejás de desear esto, si le sacás el velo a toda esta ceguera ¿qué podría pasar?
En mi caso, transité toda mi vida añorando, soñando, imaginando ese tipo de amor. Si podía lograr que alguien me quisiera así, todo lo demás iba a cobrar cierto orden. Y mi desamparo iba a estar auxiliado para siempre. Bueno, no cualquier persona. Mi sujeta de deseo.
Quiero explicar que ese desamparo que tenemos no es ilusorio. Tiene que ver (acá una psicóloga seguro lo explicaría mejor, pero voy a bocetar lo que para mí es lo que pasa) con la angustia de la separación de la madre. Esto sucede de manera diferente en cada persona, pero sí creo que en cierta medida todes queremos recuperar ese lugar idílico que hemos perdido. Una fantasía de protección absoluta e incondicional. No importa cómo hayan resultado ser nuestras madres (por eso cuando hablo de Madre, me refiero en realidad a la madre como figura y no con respecto a la personalidad particular de la que nos ha tocado), pero esa fantasía sucede igual porque es originaria y constitutiva. Nos construye como sujetas. Y aquí está lo que para mí es lo más importante y es que ese lugar del cobijo de nuestra madre lo hemos perdido para poder vivir. Porque si siguiéramos pegadas a nuestra madre y su infinita protección, no estudiaríamos, ni trabajaríamos, ni socializaríamos, ni garcharíamos. Entonces, el amor que la otra persona nos puede dar es siempre acotado y tiene la irremediable característica de ser inestable. Y con esto quiero decir inseguro. No podemos poner a la pareja en el lugar de la seguridad porque el vínculo con les otres es siempre un riesgo. Nadie te va a cobijar como tu mamá, pero como me dijo una vez mi psicólogo que con esta frase ha tenido un gran acierto: Tu pareja no va a ser nunca la teta de tu madre.
En ese sentido, el amor romántico promete ser la teta de tu madre. Pero esa teta siempre se está moviendo más allá. Y es tan difuso todo cuando estás en ese circuito de idealización que ni siquiera nos percatamos que nos estamos queriendo garchar a mamá.
Con esto no estoy queriendo decir que el amor no existe. El amor es algo real, aunque no sé si es algo concreto. Pero digo que veo el amor en una infinidad de situaciones. Con nuestras familias, mascotas, amigues, amor a las cosas que hacemos, a los proyectos que tenemos y también a una pareja. Pero más que nada hay un amor al que pocas veces le damos pelota y es el amor a nosotras mismas. Qué pasaría si todo ese cúmulo de deseo irrealizado, toda esa exaltación que ponemos en la otra, lo pudiéramos redirigir a nuestra propia vida, a nuestra hermosa identidad, a nuestras cuerpas, a nuestro goce. Qué pasaría si en vez de añorar enamorarnos de otras, pudiéramos un poco enamorarnos de nosotras mismas, sonreírnos para adentro, ser cómplices de nuestras cositas propias. Y después de todo eso, sí, salir a amar de otra manera, reconociendo a la otra como una sujeta diferente, diversa, no puesta a disposición de la concreción de una felicidad de propaganda berreta, sino tan persona como nosotras. Qué pasaría si en vez de necesitar atraparla, someterla a nuestras voluntades, a nuestra necesidad de que encaje como sea en nuestro paradigma de cómo debería ser "la persona que tengo al lado" o cómo debería ser ante nuestra familia y todas las cosas que deberíamos tener en común, la dejáramos ser como es y entendiéramos que lo verdaderamente importante son las instancias de amor y no de enamoramiento, de compartirse como se pueda y no idealizarse, de sacarse la careta de que la otra viene a resolvernos y a ampararnos en lo que nosotras mismas no pudimos resolvernos ni ampararnos. Qué pasaría si aceptáramos que el amor es otra cosa, que lo podemos recibir en diversos ámbitos y de diversas personas y empieza en nosotras y en nuestro amor y en el ejercicio que tenemos que hacer sobre nuestras propias vidas. Qué trabajo inmenso.
Pero yo creo que va por ahí. Y pienso que esta es nuestra oportunidad histórica de dejar de pedirle tantas garantías al amor romántico, para empezar a destruirlo de a poco y a inventar un amor real, que como dijo el poeta, es como vivir en aeropuertos.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Yuta y media


Soledad me llamó y me dijo que finalmente supo porqué su amiga Lucía se había enojado con ella y le dejó de hablar. Al parecer Sole logró que le publicaran una nota en un diario a través de un amigo de Lucía. Lucía se enojó con Soledad y con su amigo y los bloqueó de sus redes sociales, que es el equivalente actual a romper rotundamente los vínculos. El tema es que Lucía nunca le había dicho a su amigo que hubiera querido ser ella la que fuera publicada en el diario. Ella es periodista, sí. Pero nunca expresó su deseo de conseguir una nota en el diario. La que lo expresó y lo consiguió fue Sole. Y eso fue el fin de la amistad.
Lo que entiendo de esto es que Lucía sintió envidia o algo así... no sé bien cuál sería el sentimiento pero creo que es algo parecido a la envidia... ¿Traición? Pero yo detecto algo más. Que Lucía no expresó su deseo, quizás porque en realidad no lo deseaba realmente pero no pudo hacerse cargo de su falta de deseo. Ella hubiera querido desear eso. Hubiera querido pedir ese lugar. Pero no lo hizo. Entonces en vez de cuestionar por qué no desea lo que cree que desea, o por qué no busca ocupar ese lugar (si es que en realidad lo quiere), tira la pelota para afuera. Porque siempre es mucho más fácil enojarse con todo el mundo que mirarse para adentro.
En ese sentido pienso algo más: que Lucía pensó que había un solo lugar, para una sola mujer escribiendo esa columna en el diario. No pensó que podía construir una unidad con Sole y escribir algo juntas o generar otra cosa, un fanzine, una producción de ambas o entender que hoy le tocó a Sole y mañana será ella. Venimos pensándonos así hace décadas. Pisoteando a la que tenemos al lado para llegar a lugares que creemos que son muy reducidos para nosotras. En vez de generar las condiciones para que esos espacios se multipliquen y nos reconozcan a todas. Que nuestra amiga, compañera o pareja sea parte de un acuerdo de generosidad, para trepar entre varias, para hacernos "piecito" y llegar juntas porque siempre es más fácil juntas y somos más fuertes y es mucho más divertido.
El tema es que no creemos en esa generosidad. Estamos preparadas para la traición porque crecimos en un sistema que nos enseñó la "sana competencia". Esto no es real. Hay ejemplos de sobra que muestran que las grupalidades son inmensamente más resistentes que la lucha individual. 
Además esta es una línea que nos vienen bajando hace muchos años: las mujeres en grupo se pelean entre todas, son histéricas, son jodidas, se clavan puñales, se traicionan, mirá las vedettes, mirá las actrices, mirá los laburos, las oficinas, todas vívoras esperando a escalar solas, son capaces de todo, etcétera. Pero lo que viene pasando, en los subterfugios en los que la hegemonía no mira es que estamos aprendiendo a construir solidariamente. Nos ponemos contentas por el éxito de una compañera, pedimos ayuda y ayudamos, si alguna tiene una necesidad se arma cualquier movida para darle una mano, se trazan redes, se forman grupos de autoconciencia, se charlan las cosas que nos duelen.
Y se me ocurre pensar en los vínculos que supe formar hasta ahora. En general tuvieron mucho que ver con la rivalidad. No puedo decir que haya sido culpa de mis ex y realmente no importa. Yo también elegí, yo también participé. Pero quedé atrapada en relaciones en las que de alguna manera se generaron distintos tipos de competencia afectiva, en las que ganaba quien más podía prescindir del vínculo. Una teoría del Amo y el esclavo muy básica: ante una pelea, o meramente como forma de coexistir, quien tenía más miedo a perder la pareja quedaba sometida al poder de quien no sentía un miedo así y podía entonces moverse con mayor libertad de acción. Esto quiere decir que siempre formé vínculos de poder. Y hasta ahí toda la teoría del siglo XIX y XX me avalaba. Hegel, Marx, Foucault.  El mundo pensado a partir de la teoría de los varones. Alguien siempre iba a pelear por tirar agua para su molino. El hombre lobo del hombre, decía Hobbes. No te podías ni dormir porque en cualquier momento alguien se apiolaba y Zas!... te afanaba hasta la almohada. No había manera de pensar un vínculo si no era como una relación de poder. Peor aún: un poder que difícilmente transitaba, sino que era ejercido por una de las dos, generalmente yo no porque siempre supe que iba a perder en todas esas batallas. 
Me relacioné con gente que mayormente se movía a partir de la idea de "A yuta, yuta y media". No se iban a echar atrás. Era más importante no perder su identidad. Valoro que hayan tenido una fortaleza tan grande para defender lo propio. Lo que no valoro es habernos pensado así. Porque esto era funcional para la mierda de las dos. Para la que ganaba y para la que perdía. Para seguir ocupando esos lugares y no pensar nunca lo propio. Por qué el miedo, la competencia, los celos, la necesidad de poseer y de causar dolor. Por qué, por qué el miedo. Y lo reprodujimos innumerable cantidad de veces. No quiero hablar de ellas porque no tiene sentido. Lo que importa ahora es qué pasó conmigo, qué pasa con las que nos ponemos siempre en ese lugar, en el lugar de perder, en el lugar de pensar que esto nos pasa por amar demasiado. No tiene que ver con eso. No hay unidad de medida del amor. Se ama diferente. Es probable que una de las dos suela estar más disponible ante las necesidades de la otra. Pero ¿por qué hay que vivir eso como una pérdida? Esa puede ser, justamente, la identidad que defendemos. Porque no está mal no sostener la idea de ser Yuta y media. Las relaciones no pueden ser campos de batalla. El esfuerzo entonces es pensar nuevas formas de construir. Hacernos "piecito", ser solidarias. Siempre lo pensé pero nunca lo supe llevar a cabo. Me hago cargo de haber sentido celos y envidia de creer que mis ex parejas vivían la vida mejor que yo, que la pasaban mejor. Confieso no haberme sentido contenta ni tranquila cuando la pasaban bien con otra gente que no era yo. De haber querido ser amada más que a nadie. De haber querido ser el centro de atención y no soportar preguntarme qué carajo me pasaba que no podía ocuparme de mi propia vida, de resolver mis deseos, de manifestar mis necesidades y no tranzarlas. Puse la pelota afuera. No quise admitir que no sabía cómo armar otro tipo de pareja o que no sabía cuál era mi deseo, o cómo sentir amor por mí, el amor que les reclamé a ellas. Les eché la culpa de todo porque no sabía amar. Creía que amar era estar a disposición, entregarme, dar todo lo mío y desfigurarme. Porque pensaba que si estaba ahí iba a generar una necesidad que me garantizaría el amor de ellas. No fue así. Hay que resolverse. Pensarse. Desear y manifestarlo. No tranzar el deseo. Querer al cuerpo. Realmente no tratarnos tan mal. Generar vínculos amorosos con otra gente, no esperarlo todo de la pareja porque no puede con todo lo que le pedimos. Y nosotras no podemos tampoco darlo todo ahí. 
El verdadero desafío, un desafío que tenga que ver con un amor superador, requiere que pensemos cómo formar vínculos que destruyan las viejas teorías del poder. Que no tomen o quiten el poder, que no se manejen en esos términos. Que tengan que ver con el encuentro, con la alegría de compartirse y no tironearse, con dejar ser y potenciar, con dar algo bueno sin contar las moneditas del amor que estamos dando. Hay otras formas, hay otros mundos. El mundo del poder, el mundo de guerrearse por poder ya no debe ser más nuestro mundo. El poder es yuta. 

domingo, 4 de noviembre de 2018

Albertina y la pornografía



Me gustaría hacer un comentario sobre la nueva película de Albertina Carri, "Las hijas del fuego". 
En principio, fue un acierto ir a ver la película sin haber leído ninguna crítica previa y haber ido sola porque eso me ahorró tener que hacer comentarios a la salida del cine, cosa que me molesta en la mayoría de las películas pero especialmente en ésta. Porque "Las hijas del fuego" no se puede pensar en términos binarios del tipo me gustó/no me gustó o es buena/es mala. Es necesario entender algo más. 
Mi desacierto, más bien una cuestión de mala suerte, fue haber quedado sentada entre dos varones hetero cis, en cuyas erecciones traté de no pensar. Porque la película de Albertina no es un drama o una película erótica. Es una porno con todas las letras. En ese sentido, preserva la estructura del porno: historias diversas que no guardan un necesario respeto por una estructura dramática, fantasías de todo tipo, sexo explícito como concepto estético (en esto se diferencia de películas como La vida de Adele que queda atrapada en la seguridad de lo erótico y las cuerpas hegemónicas), dildos, sado, secreciones, tríos, orgías, etc. Y quiero remarcar esto porque estoy segura de que muchas personas que fueron a verla no tenían ni idea lo que iban a ver. Yo tampoco. Pero fue una hermosura ver cómo mucha gente se iba levantando de sus butacas y rajando hacia el cobijo de Av. de Mayo, las luces, la gente "normal" porque qué barbaridad todo. La película de Albertina incomoda. Ese es su gran mérito. Pero no incomoda porque haya tenido fundamentalmente esa intención. Imagino que su premisa fue la de hacer una película pornográfica de mujeres para mujeres. Y si bien las relaciones son lésbicas, me parece que es una película interesante para que la vean también mujeres heterosexuales. Porque logra lo que se propone. Es más, pienso que su premisa fue más grande que esa: hacer una película pornográfica de mujeres para mujeres, con cuerpas no hegemónicas, situaciones reales, fantasías de mujeres y principalmente que sea feminista. Algo de eso surge en una de las reflexiones en off que ayudan a conceptualizar. Cómo hacer una porno sin objetivar el cuerpo de la mujer. Y ahí, otra premisa conquistada. Albertina demuestra que se puede pornografiar, sexualizar y que las que intervienen en esa acción mantengan su estátus de sujetas. En ese sentido es una película profundamente feminista porque logra refutar ese viejo paradigma del porno hecho por varones, además de varias escenas reivindicatorias que ganaron los aplausos de la mayoría de las espectadoras feministas. Pero estoy segura que ellas también se incomodaron. Quiero retomar este punto al final porque me parece que es lo más importante de la película. 
Lo que me resta decir es que el hecho de que la película sea también una Road movie, metáfora del recorrido y la transformación, permite por un lado que emerjan historias y fantasías en diferentes escanarios, lo que ayuda a sostener la estructura propia de la pornografía, pero al mismo tiempo introduce otro concepto que es la idea de lo gregario. La película empieza con personajes sueltos -personajas sueltas- que se van uniendo, primero en pareja, después en trieja y luego van incorporando sujetas a lo largo del viaje. Esta idea también expone dos temáticas feministas muy ricas: 1) de qué manera relacionarnos sexoafectivamente sin que eso signifique angustias, dolor, necesidad de poseer. Esto lo resuelve con una propuesta muy interesante donde el amor en forma de afecto, no como amor romántico, transita, se da generosamente, se vive desde el deseo y sin restricciones, no como una falta sino como un caudal que vincula a las sujetas de una manera diversa y contenedora. Y 2) que la unión de las mujeres es transformadora, empoderadora -no en términos de quitarle poder a los varones, aunque un poco también- sino de un poder en sí y para sí que tiene su máxima expresión en el aquelarre del goce, libertario e inclusivo que pretende arrasar a un paradigma que nos está quedando chico. Y es por eso que es una película absolutamente incómoda. 
Estoy segura que casi la totalidad del cine se sintió fastidiada, avergonzada, molesta y hasta irritada. Yo misma me sentí así. Y ahí radica el éxito de la película que, como ya dije, sería un error pensarla en términos de me gusta/no me gusta. Hay que pensarla en términos de qué tanto nos incomodó y preguntarnos por qué. 
Creo que Albertina no quiso hacer esta película para les que se levantaron de la butaca a mitad de la historia. Ni si quiera para quienes hicieron bromas o salieron del cine y comentaron algo sobre cuestiones del quehacer cinematográfico. Mucho menos para quienes esperaban ver algo parecido a sus anteriores películas. Yo creo que hizo esta película para un puñado de gente. Las pocas que se fueron del cine haciéndose preguntas. De eso se trata el feminismo después de todo. Es habernos metido el dedo en el culo para que nos cuestionemos sobre la relación que tenemos con nuestras cuerpas y las cuerpas de las demás, a quiénes les es permitido el goce y de qué manera "toleramos" que se muestre ese goce, qué permiso nos damos para vivir el placer plenamente, cuánto (des)conocimiento tenemos de las posibilidades de nuestras experiencias sexuales. Me quedé preguntándome hasta dónde yo me limité, qué es lo que dejé de hacer por moralinas de cuarta, por vergüenza o por tener una pésima relación con mi cuerpo y no permitirme vivir una sexualidad plena, creativa, libre, que trascienda los parámetros de objetivación, dominación, culpa, humillación y puritanismo berreta. Me sentí directamente exhortada por la película. Asumo que algunas más lo habrán vivido así. Se habrán ido del cine sin hacer demasiados comentarios, habrán esperado a que les baje la info al cuerpo y habrán entendido. Probablemente una pequeña minoría. Para ellas es esta película que, aunque verla en cine implique tener que compartir esa experiencia con varones cis o con gente que huirá despavorida, es muy necesario verla en pantalla grande, bancarla ahí, mirar todo en ese tamaño y disfrutar que el mundo alrededor y adentro de una se caiga un poco a pedazos. 

jueves, 1 de noviembre de 2018

Tratado sobre brujería

Papá se sienta en una punta de la mesa porque cree que no lo queremos. Desde que se separó de mamá. No. Desde que se enfermó. No. Desde mucho antes. Desde siempre. Papá es un ser muy triste. Lo veo sentado en la punta de la mesa y me siento al lado suyo porque soy la hija buena. No. Porque soy como él. Yo también soy un ser muy triste. Me irrita su patetismo. Que haga gala de sentirse aislado. Que no haga algo por entender que forma parte de nosotros, que no lo aislamos, que es él quien amargamente dibuja su manera de habitar el mundo. Yo soy mi papá y eso me aterra. Mi papá es mi abuela, la abuela depresiva que se pasaba días enteros en la cama, aunque mi hermano y yo no le decíamos así porque éramos chicos y no sabíamos que eso era lo que era. Estábamos semanas sin ver a la abuela porque estaba en cama y mi papá se la pasaba preocupado y prometía que cuando la abuela no estuviera más, él iba a empezar a vivir de otra manera. Nunca pudo. La abuela se murió y él ya estaba enfermo. A veces pienso que fue ella la que lo enfermó. Y pienso que mi papá me va a enfermar a mí. 
En la punta de la mesa me siento a charlar con él. Quiero que perciba que hay un puente, que le abro el camino para que venga hacia nosotros. Pienso que si le curo tanto dolor y tanta culpa, voy a curarme a mí. Pero papá no puede verlo. Es grande y ya decidió cómo vivir. Se va temprano de las reuniones familiares porque con la enfermedad hay un momento que no le da el cuerpo. Pero es algo más. Yo también me voy temprano de las reuniones. Me aíslo. Porque solamente en mi remanso puedo respirar. 
No puedo trazar un puente para él porque depende de él. Y esa crueldad es infranqueable. Lo que sí puedo hacer, lo que está en mis manos, es armar puentes para mí. Y no puedo. Digo que es más fácil ser yo misma estando sola porque estar con otras personas es un desafío tan grande que me agota. Entonces me siento en la punta de la mesa o me voy temprano. A veces insisto, me pongo a prueba, me quedo un rato más. Pero es siempre desde ese lugar donde la vida es imposible de ser disfrutada.
El infierno es encantador. El infierno es mi cabeza. Tomo nota de cada cosa que hacen los demás y que me demuestra que, en efecto, no me quieren. Que soy inadecuada, que no soy suficiente, que no logré nada. Si alguien no me mira, si no me invitan a algo, si hace días que no consigo armar una salida con algún amigo: no me quieren. Qué piensan de mí. Por qué no me incluyen. Por qué, otra vez, este grupo no es para mí. Quizás sea yo la que no soy para nadie. Otra vez, mi papá y yo, en la punta de la mesa. Cuándo empezaré yo a vivir otra vida. La promesa de que esta vez será diferente. Que he aprendido algo de tal o cual dolor. Que ahora sí, que esta nueva etapa, que si me corto el pelo y si me cuido en las comidas. Que si no soy tan agresiva con mi manera de mirarme. Quizás ahora sí, no se irá la vida en pensar tanta porquería. Pero vuelvo a caer. No me termino de transformar. No me permito vivir. Digo que no sé cómo se hace, pero tampoco intento salir a la superficie. Digo que quiero ser yo misma, como si recitara un libro de autoayuda. Pero me enfrento a la gente y se desarman los panfletos. Eso. Me enfrento a la gente. No comparto. Estar con los demás es un campo de batalla. Porque apenas digan algo, cualquier cosa, lo más mínimo, va a confirmarme que no está bien lo que digo, lo que soy. Y eso va a matarme. Y aunque no me mata, aterra como si fuera una muerte. 
Quiero poder respirar en el mundo, afuera de este útero en el que me escondo para creer que vivo. No vivo. Le temo a todo. Le temo más que nada a no poder dejar atrás esta vieja vida. Pero en realidad le temo a poder dejar atrás esta vieja vida. Por eso me aferro. Porque vivir es un vértigo constante. Dar un salto hacia otra cosa. Emborracharse hasta vomitar, putear, aprender una cosa y sostenerla en el tiempo para aprenderla bien, tener sexo y disfrutarse, tomarse un avión y no caer en pánico, vestirse como una quiera, alejarse de mamá, hacerse amigos, mostrarse, hablar en voz alta, inventar, jugar, reírse, alejarse de mamá, disfrutar, gozar, ser, alejarse de mamá. Tan grandota y tan boluda. Alejarse de papá, pero más que nada, alejarse de mamá. Salir de los destinos. Una carta de Tarot que te dice que mires ahí, en los mandatos. Y quebrás en llantos. 
Ojalá usted me entendiera, lo difícil que es. O quizás me entiende pero se animó. Nació, salió del útero, se abrió paso en la vida, estudió una carrera, pagó sus impuestos, se abrió una cuenta bancaria, habló en voz alta, se vistió bien aunque su cuerpo, se quiso aunque tanta gente, se tomó un avión aunque los peligros. 
Y yo, cómodamente, en la punta de la mesa me acuerdo de las brujas. De las brujas de hoy. Esas mujeres que pegan el salto todos los días. Yo tengo alma de bruja y alambique de cobarde. 
Ojalá no me importara tanto. He pensado eso demasiadas veces. Qué pasa si permito que todo sea diferente. Y salto. Salgo de la punta de la mesa, me pongo en el medio, alguien me ama durante un tiempo y entonces puedo acogedoramente volver a ubicarme en la punta. Volver a temer. A pensar de mí que ese es mi lugar. Que finalmente era así la cosa. Que menos mal que alguien me ama porque sino. Me siento protegida por el amor de otra persona, ya no tengo que animarme. Encuentro un nuevo útero donde morir. Pero nada me contiene porque nadie es un útero, o sólo un útero. Porque nada va a protegerme y menos mal porque tengo alma de bruja. 
Ojalá me animara a vivir la vida que papá no pudo y que mamá no quiso. A conjurar tanto miedo. Ojalá un día haga carne del deseo que me prohibo. Que invoque al demonio y me inocule el goce. Que diga sí, que es para mí. Que no me importe tanto si piensan de mí, si callan, si dicen que no. Que haga puentes y los incendie. Que pague el buen costo de estar en el centro de la historia. Que sea yo y que sea bruja. 

martes, 30 de octubre de 2018

El Patriarca



Antes de ayer fui a ver a Silvio Rodríguez que tocó gratis en Avellaneda. Como toda la gente que hace años que no escucho, me había olvidado de la mayoría de sus letras, pero me pareció lindo pasar por allá un rato. Siempre me gusta andar entre la muchedumbre. Odio los empujones pero una vez que el movimiento de la gente se calma o me ubico en un lugar tranquilo, me gusta eso de miles de almas con energías amorosas.
El problema no fueron las energías. Fueron las letras: me había olvidado. Será que en la época que lo escuchaba bastante veía el mundo desde un lugar completamente distinto. Y ahora me encontré con un discurso bastante terrible con respecto al amor y sus maneras. Y eso puso en relieve lo que yo misma pensé toda la vida sobre el amor.

"Te amaré junto al viento
Te amaré como único ser
Te amaré hasta el fin de los tiempos
Te amaré y después te amaré".

Cosas supuestamente hermosas que dice Silvio sobre la entrega, sobre los parasiempres y sobre el compromiso. El problema es que hoy en día todo eso no ajusta a las nuevas formas que tenemos de mirar el amor, la pareja y dónde poner ciertos esfuerzos. Me pasó con Silvio, de empezar a ver cómo me educaron. Hija de padres compañeros de militancia troska en los 70s, Silvio y toda la trova era para ellos el espíritu de época a seguir. La pareja como trinchera contra un mundo sacudido por la guerra y las dictaduras. Compañeros fieles, comprometidos, altruistas, generosos. La pareja como heroína de la lucha contra la familia del pasado, rígida, obligatoria, aburrida. Una pareja heterosexual y monógama, pero con libertades políticas y con ciertos guiños de progresismo afectivo, pero no doméstico. Un amor para siempre o al menos hasta los 80/90s, cuando el divorcio empezó a convertirse en la salida a un cúmulo de idealizaciones rara vez posibles de sostener. 
Y sin embargo ese ideal de pareja no se cuestionó en el conjunto de la sociedad (quizás sí en una serie de estudios de teóricas feministas que ya empezaban a ver más que la punta del ovillo del rol de la mujer en la familia). No sólo no se cuestionó, sino que se transmitió a nosotres, les hijes de la generación de los 70s. El problema es que nos quedamos atrapadas en un tiroteo muy fuerte de varias cuestiones: la idealización de la pareja como compañeres, el intento de ciertas izquierdas de generar nuevas crianzas más afectuosas, el desdén por todo que nos trajo el neoliberalismo de los 90s, el divorcio, el desempleo, la crisis del sistema político, el lesbianismo closetero, el lesbianismo abriéndose paso hacia la visibilidad, el feminismo, el cuestionamiento del rol de la mujer en todos los ámbitos y en especial en el ámbito familiar/doméstico, otres sujetes políticos: la teoría queer, la bi y la pansexualidad, el no binarismo, las nuevas construcciones de pareja, el amor libre, el poliamor, la necesidad de no definirse de ninguna manera. Desde Silvio Rodríguez, pasando por todo esto, ¿dónde estamos ahora?
Yo creo que nuestra crianza nos enseñó a idealizar el amor de pareja como único bastión de seguridad. Por eso traigo la idea de la pareja como trinchera. Afuera, la guerra. Pero entonces ese tándem no se podía romper, porque ahí estaba toda la fuerza que nos mantenía pegadas a la tierra. Queremos vivir ese amor inmenso, esa entrega, esa intensidad, porque nos dijeron que eso era La Trascendencia. Pero en el cotidiano la pareja no es eso. Por un lado porque nunca fue sólo eso. Y por otro, porque nuestra historia no es la de nuestros padres y abuelos. Somos hijas del tiempo del desencanto, de la supervivencia personal, del miedo al otre. No podemos pretender tener un tipo de pareja como el que plantea Silvio y tampoco queremos. Bueno, quizás en algunas cabezas todavía sobrevuela esa idealización del amor romántico, el sentimiento de que todo se realiza ahí. A mí me está pasando de sentir que ya no es así. Que el amor puede existir en muchos ámbitos, un amor fuerte, quiero decir. Con amigues o con varias personas con quien compartas vínculos sexuales o sexoafectivos. Y no lo digo porque para mí sea fácil de implementar. Para todes es difícil. Por eso los talleres de Relaciones de Pareja y etc. en los encuentros de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans, siempre están llenos. Queremos saber cómo hacer, pero recién estamos empezando. Lo que quiero decir es que es inmenso que estemos cuestionándolo. Que estemos diciendo: esto no funciona. Vamos a ver cómo hacerlo de otra manera. Porque la manera de Silvio Rodríguez ya la intentamos. Y en general, no nos hizo bien. Y nos terminó debilitando otras relaciones afectivas porque pensábamos que el amor era la pareja y todo lo demás era prescindible, intercambiable. No funciona ese amor a la Silvio porque es un amor basado en el sufrimiento de lo que no puede ser, de la persecusión de la mujer con sombrero, del dolor de los amores que mueren, de amar aunque te moleste mi amor. Todo eso habíamos aprendido. Y escucharlo en un escenario para mí fue como una terapia de regresión. Entré en un estado hipnótico y recordé cómo había sido mi trayecto por el aprendizaje de los vínculos. Todo muy Silvio, todo muy Holywood, todo muy papá y mamá. ¿Y ahora qué? No sé. No sabemos. Y las que yo creo que saben, muchas veces terminan confesando que tampoco saben. No sabemos qué hacer, pero tenemos una idea de lo que no queremos hacer más. Que ese amor que no nos permitía el goce, no va más. Y aunque volvamos a caer, sabemos que el norte es llegar a sentir de verdad que eso no va más. Y que el amor tiene muchas formas. Y que la pareja no podrá ser jamás el lugar donde pretendamos pisar firmemente, el lugar de lo seguro. La pareja es vincularse con otres, que equis día se pueden ir. No hay nada que hacer con eso. No hay manera de retener nada. Y retener es mil veces peor. Retener no es amor. Hay que detectar cuándo deja de ser amor y animarse a irnos, a darnos otra cosa. Podemos vivir situaciones placenteras. No es necesario quedarse en el dolor, amar para siempre, amar aunque no nos amen, buscar trascender ahí, que todo esté ahí, que la vida sea eso. Y ojo que no hablo de falta de compromiso. Hay que comprometernos y entregarnos. Hay que correr esos riesgos. Pero saber que incluso si hacemos eso, nadie nos asegura nada. Entonces: sepamos con qué y con quién comprometernos, no dejemos de entregarnos, pero no seamos mártires de la pareja porque este mundo anda necesitando heroínas de otro tipo. Heroínas de amores enormes que abarquen el amor a toda una grupalidad, a las causas nobles, a sostener y crear las ideologías y las prácticas de un mundo que contenga todos los mundos, a comprometerse a luchas por algo muy enorme que es una Revolución que no es la romantización de viejas revoluciones, sino nuestra revolución actual que es el feminismo. 
He escrito cientos de textos desconociendo al feminismo, ninguneando nuestros verdaderos problemas de género, atribuyéndole todo a las conductas personales de tal o cual. Pero todo esto nos ha sido enseñado. Nos enseñaron a amar mal, a relacionarnos desde el dolor y la culpa, a no querernos, a maltratar el cuerpo. Todo lo que dije hasta acá fue dicho con soberbia. No había aprendido todavía lo que tenía que aprender. Quiero volver a escribir pero quiero más que nada compartir mis experiencias en este camino que me abrió el alma y es el feminismo. Y aunque el blog sostenga el mismo nombre con el que empezó todo, ya no soy la misma. Creo que Ser Torta puede ser un gran desafío, pero también es una posición política muy potente de la que tengo que hacerme cargo. 
Las saludo y espero que este texto dé lugar a otros. Será cuestión de ir viendo cómo sale.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Ese actuar sin raíz

¿Qué les pasa a las tortas con el estampado rayado? No importa eso. Hay cosas peores. Que una se siente en una clase de Arte y la gente debata la diferencia entre arte y artesanía citando algo así como una sapiencia de wikipedia o vaya uno a saber. El vox pópuli. Que evidentemente nunca les falló, porque si les hubiera fallado, ya se hubieran empezado a hacer las preguntas correctas. Qué es el arte, qué es mi vida, quién soy, qué es verdadero, qué significa todo. Preguntas correctas, señores. Que hay un 95% de gente que nunca se hizo ni se hará jamás. Eso es más importante que la manía de las tortas de llevar estampados rayados en sus musculosas o pullovers o pantalones (en los pantalones las rayas serían en forma vertical, por supuesto). Nada de esto importa. Soy capaz de perdonar esto, y lo hago, con tal de tener al lado una persona que se haga las preguntas correctas. Y que no se jacte de ser tolerante. La tolerancia ya pasó de moda. Y a quien no entienda porqué voy a explicárselo muy brevemente, porque si está cerca de entenderlo, mejor darle el empujón necesario. Sino, vendrán a decirme que la tolerancia es buena y qué sé yo y esa gente mejor que ni me lea. Porque no puedo explicarles nada. Ni tenemos nada en común. Suficiente será entonces poder dar el empujón necesario para ese pequeñísimo porcentaje que anda solo en el mundo sin entender porqué siempre se sintió tan para el carajo con el resto de la gente. Porque hemos tolerado demasiado. La falacia. La falta de compromiso. La LEVEDAD. Hay asuntos más importantes que estar definiendo si tal o cual profesor es malo. Aburre entrar a clase y escuchar este tipo de comentarios. No sólo aburre. Indigna ver que esta pueda ser la nueva generación de artistas. Gente que reproduce sin cansarse la fórmula del que piensa que ha ido más allá por leer a Galeano o irse a tomar un mate al parque y ponerse en patas. Gente que no se hará jamás las preguntas correctas. Porque es horrible. Lo que uno encuentra cuando pregunta bien, es casi imposible de tragar. Se te queda en la tráquea. ¿O se les hace tan simple llegar a mirar de frente ciertas verdades? que las conductas de mamá las tenemos incrustadas como mugre bajo las uñas. Y que papá no nos escuchó o nos abandonó o que tanta gente no nos quiso. No nos quiso. O que muchas veces en la vida nos sentimos horribles, inadaptados o inadaptadas (lo digo así no sea cosa que me vengan a correr con lo de la violencia de género porque no soy capaz de usar una X para generalizar las sexualidades y que todo sea más o menos lo mismo). Pero sí, inadaptadas, vamos a decir. Porque éramos bien tortitas casi desde nacimiento y vivimos no sé cuántos años tratando de hacer como que no, como que éramos parte de todo lo otro, tratando de entrar, aunque todos los demás fueran unos mediocres o al menos gente que tenía la suerte de que les saliera bastate bien la obsecuencia y calzaban justo con lo que la maestra esperaba de ellos o el jefe o la sociedad. Palabra que también ya me tiene bastante aburrida. Dudo de la humanidad como especie. Yo no quiero estar asociada a cierta gente. Ahí mi intolerancia. Porque con todo lo que duele y lo que cuesta ir hacia la verdad de uno y del mundo, y ojo porque en este trayecto más de uno casi pierde la cordura o la perdimos quizás, hay tantísimos que se dan el lujo de andarle de costado a todo. Y ni siquiera hablo de todos esos que no tuvieron posibilidades, porque el capital económico o el capital cultural o pepé burdié no les tocó la puerta para explicarles lo más mínimo de algunas cuestiones. Qué vamos a hacer con esos. Esos son los verdaderos intolerados. Y cuidado con quien diga que los entiende, porque nadie que haya tenido algún tipo de capital puede entender al que no tuvo nada o casi nada. No lo entiende. Cuanto mucho se solidariza (y hay que ver cuántos lo hacen desde la horizontalidad y cuántos desde la limosna). Hablo en realidad de los que sí pudieron ver la zarza. Se asomaron y vieron algo que se incendiaba y se volvieron a guardar para adentro. Convencidos de que el mundo se curaba simplemente con el veganismo o con el feminismo o con andar en bici o con ir a tomar mate al parque o con fumarse un porro y que esté todo bien porque la energía y la buena onda y a mí también me pasó todo eso. No se equivoquen. Yo también anduve por la bicisenda. Y la critiqué. Y también fui trotskista y vegetariana y me fumé miles de porros. Pero después la zarza seguía ardiendo y no me fumé ningún porro más. Y no hice rancho aparte para que a mí no me pegaran las malas vibras y todo sea luzluzluz y no me molesten en mi paz, ni le oculté la cara a todo lo terrible que hay en el mundo. No cerré los ojos cuando mis amigos me maltrataron a conciencia. Ni cuando veía la condescendencia de los boluditos clase media aspiracional con un pobre viejo que duerme en la calle o los nenes que no te piden comida, te piden plata y hay que echarlos de los restaurantes porque nos arruinan la cena. O peor, creer que ese nene se salva por hacerse el payaso con él durante 5 minutos. Creer que uno entiende algo de la vida porque por 5 minutos tuvo un acto que más que bondad tenía la miseria del que piensa que ese nene estaría mejor viviendo como nosotros. Y después ponerse a hablar del gobierno y de Sartre y enredarse en teorías y olvidarse por suerte ya del nene. Qué vergüenza todo. La falta de compromiso. Porque acá nadie puede hacer nada. O muy pocos pueden hacer algo y lo que se hace es muy pequeño. Pero si es pequeño, que sea verdadero. Esto es lo que importa. Algo que sea humano. Que nos cale los huesos. Hacerse las preguntas correctas. Quién soy yo. Qué es lo que verdaderamente quiero. No te olvides, esto puede llevarte hacia la locura. No te olvides, amor, que es mucho más fácil vivir lejos de lo verdadero, porque nos hicieron tanto daño. Y hay tan poca gente. Estamos casi solos. Todos los demás van a seguir asomándose tan sólo y corriendo después hacia el lado opuesto. Lo importante de esto es que nos hicimos las preguntas correctas. Y por eso yo estoy con vos y vos estás conmigo. Somos muy pocos. Y estamos desgarrados por la verdad. Pero con esto por ahora alcanza. El resto es simplemente hacer el camino cada uno solo, que ojalá nos lleve al arte y al amor, pero siempre a la verdad. Estamos hartos de la vida "Todo-bien". Por eso nos duele todo. Y por eso vos estás a veces en el abismo y otras veces yo. Ese actuar sin raíz. Eso es lo que nos agota. Ya lo dijiste vos, que lo dijo en realidad Alejandra.  No podemos tolerar más eso. Verdad hasta que se caiga toda la cáscara del mundo. O quizás porque no sabemos vivir de otra manera. Y por eso yo estoy con vos y vos estás conmigo.