lunes, 20 de febrero de 2012

Polémica en el bar



Las razones por las que empiezo mi noche rodeada por un chileno, un uruguayo, un francés y un argentino, no tienen verdadera importancia. El hecho es que estamos sentados ahí, en un bar de poquería, los cinco representantes de la ONU nocturna. Es casi como el comienzo de un chiste: entran un uruguayo, un francés y una torta a un bar... etcétera.
Yo me siento entre el chileno y el francés. El francés me gusta, debo admitir. Estudiante de Ciencias Políticas. Abandonó. Ahora tiene una fiambrería. Mantiene un buen nivel del conversación y además... es francés. Nunca sé qué hacer cuando un tipo me gusta. Porque no sé qué significa eso. No haría nada con ese tipo, pero me gusta, me agrada, me cae bien. Ni bien pasa cualquier mina me olvido lo que me gustaba el francés, así que no debía ser tanto.
Los cinco en el bar. Somos la mesa internacional de "Polémica en el bar" (por suerte sin Sofovich). No podría decir que somos amigos. Nos llamaría más bien conocidos, o mejor aún: compañeros de noches. No sé si a todos les he dicho con anterioridad que me gustan las mujeres. Ellos, aprovechando que son mayoría, se dedican a mirar minas. Más de una vez me piden disculpas y yo no entiendo porqué. Les digo que yo no soy la representante de todo el género femenino. Y para amenizar (y porque estoy en la misma que ellos) me pongo a mirar tipas también. Por fin surge la oportunidad y confieso que me gustan las mujeres. Por suerte en 2012 eso no significa ni el más mínimo gesto de sorpresa por parte de ellos. Aunque en algún momento de la noche alguien siempre me diga "pero no parecés". Mi confesión significa que ellos pueden aflojar la panza y buitrear minas indiscriminadamente delante mío. Significa que yo puedo hacer lo mismo. Menos mal.
Como no hay mucha pesca nos ponemos a hablar. La conversación no se bifurca demasiado de lo que ya veníamos tanteando: mujeres. Ellos cuatro hablan de mujeres de todo el mundo. Dicen que las europeas son frías pero van más al grano. Hablan bien de las suecas. A mí nunca me han gustado las rubias, digo. Es mentira, pero siento que de alguna forma tengo que reivindicarnos a las morochas. ¿Y las argentinas?, pregunto. No les gustan. A ninguno. La opinión de los cuatro es que son todas histéricas. El uruguayo, bastante indignado, dice que no puede ser que una mujer se te pegue, te toquetee y después se vaya. El chileno dice que ni siquiera ha tenido la oportunidad de estar con una. El argentino dice que prefiere las europeas y se le adivina una sonrisa un poco perversa que prefiero no entender. El francés me mira como pidiéndome disculpas y me dice que, lamentablemente, él no puede tener una buena conversación con ninguna y que la mayoría le parecen un poco... (busca la palabra adecuada) un poco... y yo me adelanto y digo: BOLUDAS. Sí!, me dice. Se siente raro de confesármelo, siendo yo una mujer argentina también, pero para tranquilizarlo (y porque es verdad) le digo: a mí me pasa lo mismo. Los dos teorizamos algo sobre la función de la mujer en un país machista (yo le digo que hay peores) y agrego que el neoliberalismo no le ha hecho nada bien a las mujeres que creen que la felicidad está en comprarse blackberrys, vestirse bien y vivir la vida que tienen que vivir según las propagandas de toallitas femeninas. El francés dice que somos pura apariencia. Yo digo que al menos la apariencia es bastante buena.
El uruguayo dice algo así como que en la vida uno tiene que conocerse a sí mismo. Está hablando de otra cosa, pero yo aprovecho para mechar con lo que veníamos hablando. Le digo que eso es precisamente lo que uno hace con tanto esfuerzo, con tanta dedicación. ¡Y dolor!, agrega él. Claro, digo, y ¿para qué? Es un lugar absolutamente solitario. Uno hace un viaje de introspección, estudia una carrera, cuestiona todo hasta que se da cuenta que la realidad es un canelón de ricota y todo para que una mina te diga: ¿cómo un canelón? Y ahí le tenés que pegar tres tiros o darte cuenta que vas a estar muy solo. Pero no hay vuelta atrás, dice el chileno. Uno se conoce, cuestiona todo, y ya no hay vuelta atrás. Te quedás solo porque te ponés muy exigente, dice el argentino -profesor de Filosofía-, mientras le mira el culo a dos chicas que están paradas en la puerta del baño. El francés parece abatido. El uruguayo dice que de todas formas a él le gustaría estar con alguna argentina. Yo le digo que lamentablemente, la manera de estar con una argentina es ser indiferente. Al principio le das bola, después no. Y es una lástima, porque una mina que quiera estar con alguien que no le da pelota... bueno, muchachos: esa mina está loca. Entonces ¿qué relación podés tener con alguien así?
Hay mucha pena en la mesa, pero no hay un abatimiento tal que opaque el avistamiento de culos. Ellos pueden diferenciar una mina para coger, de una mina para tener una relación. Yo digo que yo casi no. Que me he puesto tan exigente que si la mina es una boluda, no me gusta ni para coger. El francés se ríe y me dice que es una pena que tres de las cinco mujeres interesantes que conoció en Argentina son lesbianas. Yo le pido que me las presente, claro. Y agrego que es muy raro que haya conocido tortas interesantes porque lo que yo encontré en mi gremio es más que nada un sector absolutamente golpeado por el menemato y el vacío espiritual/mental de los noventa. Igual yo amo a las argentinas, le confieso. Y en eso que digo hay una honesta esperanza.
El más esperanzado parece ser el argentino, que de pronto se levanta y se va a hablar con unas minas que están sentadas en otra mesa. El uruguayo dice que ya es hora de ponerse en acción y lo acompaña. El francés se va a buscar otro fernet y me trae uno a mí. El chileno me confiesa que cuando me conoció pensó que yo era una reventada.
Reímos y tomamos. No hay mucho más.

jueves, 16 de febrero de 2012

Golpe de calor

La encontramos tirada en el piso del living de su departamento. Nos abrió la puerta Marcos con su copia de la llave.
Era la una de la tarde. Hacía varias horas que Valentina no atendía el teléfono de su casa ni el celular. Con Carla nos preocupamos tanto que lo llamamos a Marcos, que vive en el piso de abajo de lo de Valentina, y le pedimos que le tocara timbre. Marcos me llamó al rato y me dijo que en lo de Valentina no atendía nadie. Yo estaba ya a unas pocas cuadras de ahí así que le pedí que me espere para pensar lo que podíamos hacer. Me crucé con Carla en la puerta del edificio. Había tenido la misma idea que yo: juntarnos a pensar dónde podía estar Valentina. Hacía un mes nos veníamos turnando los tres para cuidarla.
Nos reunimos en lo de Marcos. El dijo que la noche anterior la había dejado durmiendo y parecía tranquila. Había estado llorando mucho unas horas antes y se negó a cenar, pero Marcos se le sentó al lado y logró que comiera unas galletitas con queso. Después se acostó al lado de ella y la abrazó hasta que se durmió. Desde la mañana no habíamos tenido, ninguno de los tres, noticias de ella. De pronto se me ocurrió que para averiguar dónde estaba era necesario entrar en su casa. Marcos tenía llave pero no le gustaba usarla, salvo en ocasiones especiales. Carla dijo que ésta era una de esas ocasiones: teníamos que encontrar algún dato de su paradero.
Lo que menos imaginamos fue encontrarla así. Pensamos que se habría ido a algún lado. Ya nos había pasado varias veces que, sin nuestra supervisión, Valentina se había ido a espiar a Mariela en sus quehaceres cotidianos. Desde que cortaron la relación, un mes atrás, Valentina cayó en un pozo depresivo terrible, acompañado por episodios de ansiedad y obsesiones varias. Tratábamos de mantenerla medianamente entretenida para evitar esos episodios pero no había caso, de alguna forma siempre se nos escapaba. Entonces al menos tratábamos de mantenerla vigilada.
Ni bien la vi desparramada en el piso del living, salí corriendo a abrazarla. Estaba pálida. La levanté y grité su nombre varias veces. No reaccionaba. Marcos dijo que llamáramos a un médico. Yo estaba perpleja, todavía sostentiendo en brazos a Valentina. Carla vino desde la cocina con un vaso de agua y antes de que pudiéramos reaccionar, se lo tiró en la cara. Apenas el agua tocó su rostro, Valentina abrió los ojos y nos miró sorprendida.
- ¿Qué hacen?- nos gritó.
- ¿Qué te pasó?- le pregunté.
- No sé, ustedes me están tirando agua. ¿Qué pasa?
- ¿No te acordás? Te desmayaste o algo así- dijo Carla.
- No me acuerdo.
- ¿Pero qué te pasó? ¿Te sentías mal?- le preguntó Marcos.
- Creo que sí. No me acuerdo bien. Tenía calor. Después no me acuerdo de nada.
- Pero esto fue a la mañana- dije.
- Sí. Apenas me levanté. ¿Qué hora es?
- La una y media- dijo Carla.
Valentina no entendía nada. La ayudamos a levantar y se sentó en el sillón. Había recuperado el color en los cachetes.
- ¿Estás bien?- le preguntó Marcos.
- Sí, sí. Ya estoy mejor.
Carla dijo que por las dudas se iba a comprar una Coca al mercadito de abajo.
- Qué susto, boluda. Debe haber sido un golpe de calor- dijo Marcos.
- ¿Y de ánimo cómo estás?- pregunté.
- Bien, bien. Fue un susto.
- ¿Pero con lo de Mariela?- dije.
- ¿Qué Mariela?- preguntó Valentina.
Marcos y yo nos miramos. Pensamos que nos estaba cargando o que se había vuelto loca.
- ¿Cómo qué Mariela?- dije -Mariela... tu ex- Y me acordé que a Valentina no le gustaba que le llamáramos "tu ex". Todavía no había terminado de aceptar lo de la separación.
- ¿Me están cargando?- dijo Valentina- ¿Qué Mariela? ¿Qué ex?
Carla volvió con la Coca. Nos miró la cara perpleja y nos preguntó qué nos pasaba.
- No se acuerda de Mariela- explicó Marcos.
Carla se sentó sobre la mesa ratona de frente a Valentina. La miró fijo.
- ¿En serio no sabés quién es Mariela?- le preguntó.
- Me suena. Pero no. Me están preocupando.
- Vos nos estás preocupando a nosotros- dije.
Carla dijo que no nos preocupáramos. Que podía ser un shock causado por el golpe contra el piso cuando se desmayó. Marcos dijo que él había visto cosas así en las telenovelas, pero nunca en la vida real. Yo estaba muda. Carla había hecho algunas materias de Medicina antes de pudrirse y pasarse a Gastronomía, así que se sentía calificada para establecer algún diagnóstico. Empezó a hacerle preguntas para ver en qué condiciones estaba la memoria de Valentina. Resultó que se acordaba de todo menos de Mariela. Hasta que, haciendo un gran esfuerzo, en un momento recordó:
- Ya sé qué Mariela. ¿No es la que conocí hace un tiempo? La que era amiga de Lucas, el ex de Marcos.
- Hace un tiempo fue hace dos años- dije yo muy preocupada.
- Sí, sí. Más o menos. Pero ¿qué? ¿Yo estuve con esa mina?
- ¡Estuviste dos años de novia, Valentina!- grité aterrorizada.
- Te juro que no me acuerdo de nada.
- Tratá de hacer memoria- dijo Marcos, también preocupado.
Entre los tres le contamos un poco de su historia. Cómo se habían conocido, cómo se habían puesto de novias y algunos pormenores que conocíamos a la perfección, como buenos amigos que éramos. Valentina dijo que de algunas cosas se acordaba, pero las sentía muy lejanas, como si hubieran sido parte de un sueño. De pronto giró la cabeza y me miró muy seria.
- ¿Vos cómo estás?- me preguntó.
- Bien. ¿Por qué?
- Por la pelea con Sofía.
- ¿Cómo te acordás de eso?- dije.
- ¿Y cómo no me voy a acordar?- respondió, casi ignorando que prácticamente se había olvidado por completo de la persona a quien amó con desesperación durante los últimos dos años.
- Estamos bien- respondí secamente. Con Sofía las cosas estaban bastante mal, a pesar de que hacía relativamente poco que nos habíamos puesto de novias. Ella se estaba empezando a poner muy rígida e irritable y a mí sólo me salía responder con sumisión. Me sentía humillada, pero tenía pánico de perderla. Era horrible sentirme así. No quise dar más detalles y argumenté que no era momento de hablar de eso, con esto de la conmoción y la pérdida de memoria.

Durante varios días nos turnamos para contarle a Valentina detalles sobre su relación y ver si recuperaba la memoria. Ella nos escuchaba atenta como si le estuviéramos contando una historia ajena. Empezamos contándole sobre las primeras épocas de su noviazgo. A estos recuerdos Valentina los tenía más presentes. De varias cosas sí acordaba y asentía. A veces aportaba algún dato más y ahí nos dábamos cuenta de que estábamos logrando avances. Lo más difícil fue contarle sobre la vez que Mariela la había engañado con una compañera de trabajo. Eso me tocó a mí.
- ¿Y yo qué hice?- me preguntó.
- Lloraste un montón.
- ¿Pero cuándo fue? No me acuerdo de nada.
- Hace unos seis meses- dije.
- ¿Y no la tiré por el balcón?- dijo bromeando.
- No. Estabas destruída.
- No me acuerdo.
- Pensamos que esa vez sí ibas a cortarle.
- ¿Cómo "esa vez"?
- Y sí, porque Mariela venía tratándote muy mal desde hacía bastante. Era rara. Mentía, o eso nos parecía a todos. De hecho, la mina se portó bien con vos solamente en los primeros meses. Después empezó a mostrar la hilacha.
- Y me cagó.
- Sí. Pero vos no le cortaste. No sé cómo hizo pero te convenció de que no la dejaras. Vos decías que la amabas y que no ibas a permitir que algo así las separe.
- Fui una tarada- dijo Valentina. Yo me sorprendí. Fue la primera vez que la oí hablar así de su relación con Mariela. En aquellos días no había forma de hacerla ver lo infeliz que era-. ¿Y después qué?- me preguntó.
- Siguieron juntas unos meses. Vos estabas pendiente de todo. Te empezaste a poner paranoica con cualquier llamada que recibía, los mensajes de texto, los lugares adonde iba. La seguías, le revisabas el celular, hasta trataste de meterte en su correo electrónico pero no pudiste.
- Estaba bastante loca, ¿no?
- Sí. Bastante- respondí. En ese momento me di cuenta que Valentina recuperaba algo, pero no era la memoria. Era más bien cierto espíritu: el que tenía antes de conocer a Mariela.
- Sabés que todo eso lo tengo en blanco. Te creo porque me lo contás vos, pero sino es como si no lo hubiera vivido. Lo único que me acuerdo de esa piba es de haber salido durante un tiempo. Me gustaba. Me hacía reír. Después no me acuerdo de nada más.
- No me extraña, creo.
- Por algo me habré olvidado.
Asentí. Por algo había borrado todo eso. ¿Quiénes éramos nosotros para hacerla volver a esos recuerdos horribles? Valentina estaba totalmente recuperada, fuerte, firme.
- Pero ¿sabés qué?- me dijo al final- Hubo un día, habrá sido a varios meses de noviazgo ya, que la sorprendí en una mentira. No era algo muy grande, era más bien una cosa muy tonta. A su hermano le había contado que el día anterior lo había pasado conmigo y sin embargo yo sabía que había estado en lo de su mejor amigo. Cuando le pregunté porqué le había mentido, ella me dijo que no sabía, que lo había hecho porque sí. Y se río, como si fuera lo mismo que inventar un cuento. Me pareció rarísimo. Me acuerdo que en ese momento pensé que yo tenía que cuidarme mucho de una persona que mentía porque sí.
- Tenías razón- dije.
- Es de esas cosas feas de la otra persona que una ve al principio y después te enganchás y ya no podés ver nada. Le dejás pasar todo. Engaños, maltratos.
- Es cierto- dije.
- Hay que tener cuidado, ¿no? Prestarse atención en esos primeros momentos, porque después estás frita. Estás nublada, como en un sueño.
- Es lo que te pasó a vos- dije.
- ¿Y a vos?- dijo ella. Sonreí apenas y no contesté. Era la clase de preguntas incisivas que hacía Valentina mucho tiempo atrás, antes de que su relación con Mariela lo nublara todo. No lo hacía para lastimar. Lo hacía porque siempre fue una persona muy perspicaz. Atenta a lo que le pasaba al otro y despierta para detectar las ofensas, los engaños, los actos de mala fe. No cualquiera hubiera podido lastimarla, porque así de atenta estaba también en sus propias relaciones. ¿Qué pasó con Mariela? ¿Cuándo fue que empezó a dejarle pasar las mentiras, los maltratos? Quizás justo en ese punto en el que ya no se acordaba.

Sentí que era hora de dejar a Valentina en paz. Les mandé mensajes a Carla y a Marcos diciéndoles que nuestras sesiones de remembranza con Valentina habían terminado.
Me fui pensando en mi pelea con Sofía. Había cosas de ella que me dolían mucho, pero estaba dejándolas pasar. A ninguna otra persona se las hubiera permitido. En ese momento supe que estaba irremediablemente sumergida en el sueño del amor, esa niebla calurosa y desesperada que hace que le permitamos al otro cualquier tipo de golpe y nos olvidemos lentamente de todo lo demás.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Crisis de identidad


 Ahora sí que estoy cocinada.
1) Hasta las 3 de la mañana mirando videos en youtube. Todos los días diciendo que me tengo que levantar temprano, cambiar de vida, ponerme las pilas con el laburo, etc. ¿Y todo para qué?! Para colgarme horas mirando videos de gente graciosa que no hacen más que poner en evidencia que he perdido el humor. Creo que puede tener que ver con mi reciente vegetarianismo. Siento que la falta de ingesta de carne -y por ende la armonía con la naturaleza- puede haber afectado mi escepticismo y especialmente mi sarcasmo, fuente de todo humor que se precie. Soy una torta vieja y amargada. Lo próximo será la incapacidad de diferenciar los comentarios serios de las ironías, o cortarle el mambo a la gente diciendo cosas como "eso no me parece gracioso".
2) Me robaron la bici. ¿Pero cómo? Y cómo va a ser!!!! Me la robaron. Estaba y después no estuvo más.
3) Encima de todo, ahora parece que soy de libra. 31 años siendo de virgo y me vengo a enterar que por el año en que nací el sol estaba en libra y qué sé yo qué cuestiones más. Esta es la crueldad de la vida. No sé ser de libra. He padecido 31 años de mierda virginiana. 31 años de hipersensibilidad, culpa, timidez. Pero aprendí a hacer mi paz con virgo. Y ni bien lo tengo todo más o menos elaborado: pum! Soy de libra.

Hola 2012. Recién arranca el año y ya tengo que aprender a vivir sin humor, sin bici y con una seria crisis de identidad astrológica.
Quiero pegarles un tiro a todos los imbéciles que hablan de la esencia del ser. No tengo humor, bici, signo. No tengo nada que sea mío. Ni perro que me ladre. ¿De qué esencia me están hablando? Esencia de vainilla. Ahora me dicen que mi signo es de aire. DE AIRE. A mí el aire me la soba. ¿Qué es el aire? No vivo en una nube. No soy un osito cariñoso. ¿Qué soy, un pedo acaso?

A veces me pregunto: ¿cómo es la Torto Y2K(12)?
No es. No sabe cómo ser.
Por ejemplo:
Libra: De libra es mi cuñada que es una pelotuda. No puedo ser de libra.
Bici: No entiendo cómo hace la gente para llegar a los lugares sin bici. No puedo no tener bici. Y quiero MI bici. No otra. Y no es un capricho. ¡No, no y no!
Humor: Es absolutamente incómodo estar en una conversación de tortas, que salte la chistosa del grupo a decir un par de cosas graciosas y no encontrar en mi cerebro ni el mínimo rastro de humor para retrucarle y quedar divina. No sé vivir sin humor.

Lo que puedo hacer es bajar la persiana. Chau, tortas. No soy. Este año no atiendo. Me hago hetero, me compro un auto y me pongo a leer a Heidegger. Listo. Acá sí que no se coge.
Y después no me anden reclamando nada. Ni amor, ni textos. ¿No ven mi tragedia? Quiero mandar todo al carajo. No me importa nada. No quiero amores ni amantes. Quiero mi humor, mi bici y mi virgo. Quiero volver al pasado y ser un frijol en el útero de mi madre. Quiero ser esa flatulencia que las Ludovicas del mundo quieren que sea y elevarme hacia el nirvana o hacia Florianópolis. La puta que los parió a los mayas y al 2012. Ojalá que nos caiga a todos un meteorito de soretes.

Las dejo con algunas preguntas para reflexionar:
¿Por qué siempre nos damos cuenta lo que tenemos cuando lo perdemos? ¿Y por qué la gente hace ese tipo de preguntas pelotudas?


*En memoria de mi bici, mi humor y mi signo.

martes, 7 de febrero de 2012

Algo que sea real

Hace tiempo me han dejado de gustar las mujeres. No por eso me creo heterosexual: hace mucho más tiempo me han dejado de gustar los hombres. El hígado me está fallando. No puedo emborracharme sin asquearme antes de quedar medianamente entonada. Las pocas veces que me entono, siento que podría besar a cualquier hombre, pero creo que sólo lo haría porque están ahí, porque me buscan. Antes me hubiera atraído cualquier mujer que no me prestara atención. Ahora me alcanzaría con que alguien me quiera.
Estoy esperando una lluvia que no llega. Del otro lado del teléfono una amiga me dice que toda mi vida me he obsesionado con la gente que me gustaba. No sé qué decirle. Creo que tiene razón, pero también pienso que el amor es mucho más que su reducción psicológica.
En vano he tratado de enamorar a las mujeres de quienes me he enamorado. En vano, porque ni bien me enamoro sé que estoy perdida. Ni siquiera hace falta que me enamore. Basta con que me guste un poco para que me quede muda.
La lluvia sigue sin mostrar rastro. Amenaza pero no se presenta. Siento que de alguna manera la lluvia va a calmarme. Me siento a escribir pero no sé qué decir. Hace tanto tiempo que no me relaciono con una mujer que ya no me quedan historias para contar. ¿Y si de verdad todas mis relaciones no han sido más que un puñado de obsesiones mías o de ellas? ¿Y si realmente todo puede explicarse en un mapa de neurosis y tironeos, de me quiere y no la quiero o la quiero y no me quiere?
Busco un viejo diario íntimo para tratar de entender o, al menos, de recordar cómo era yo hace unos años. Me encuentro con que era lo mismo. Las mujeres me han llegado en pares: la inalcanzable y la que me busca. Amo a la inalcanzable y la pierdo o es que nunca fue mía. Opto por la accesible pero la odio por haberla aceptado. Mi premio consuelo no se puede pegar a mí de ninguna forma. Trato de encontrar puntos de encuentro forzados. Me someto a una relación que no es. Me pierdo.
Si al menos cayera una gota, todo sería real. Esta pena, esta soledad, tendría su entorno húmedo y frondoso. Pero esta pena seca que no llega a manifestarse es la palabra en la punta de la lengua. No le digo a nadie que estoy triste. No estoy triste. Estoy seca. No hay nada que me falte porque no hay nada que se manifieste. Nada es real, ni la lluvia.
Cierro el viejo diario y me pregunto qué tanto de mí ha cambiado en estos años. La mujer equivocada es siempre la misma mujer. Va saltando de conciencia en conciencia, pero es la misma. No importa cómo se llame. Y la mujer que no me gusta son todas las demás mujeres. Ahora no quiero amar a la mujer equivocada y creo que lo he logrado. Entonces no me gusta nadie. Lo mismo da que sea un hombre o una mujer. Lo mismo da que caiga una tormenta o una garúa. Pero que algo empiece, que algo cambie.
Apenas conozco a alguien que me despierta el mínimo interés siento que es ella, que es quien va a salvarme de todo esto que no es. Hago planes. Tenemos noches interminables, rescatamos un gato de una plaza y nos quedamos con él. Paso por alto los primeros tiempos en los que tenemos que adaptarnos una a la otra y caigo en unos meses más adelante, cuando ya nos hemos puesto cómodas y nos reímos de las mismas cosas. Hago más planes: un viaje, una convivencia. La imagino de vieja, conmigo. Me pregunto si la amaré más, si nos seremos infieles.
Un viento fresco trae rumores del sur. Se desordenan las hojas amarillas que dormían en la aridez de la calle. De pronto, comienza a caer inquieta la lluvia, arremolinada. Se hace espejo el asfalto y los caminantes apuran el paso. En el foco anaranjado de afuera veo las gotas despeinadas y gordas. Ahora todo respira. Nace. Todo parece volver a ser real. La pena, el vacío, el viejo diario íntimo. Y yo me he quedado seca. Sin historias para contar. Con la promesa de una historia que será como cualquier otra. Una mujer más a quien no amaré.
Me he ganado a mí en estos años. Eso me digo. Conocí a la mujer que amo en mí. Pero ahora nadie me ama y yo no amo a nadie. Me he ganado a mí misma, aunque si tuviera que sentarme frente a una mujer a contarle sobre mí, no podría decirle nada. Me siento seca para afuera. Sólo encuentro humedad adentro. La lluvia que cae en mí y que sólo yo entiendo.
Por eso me han dejado de gustar las mujeres. No hay lluvia que me calme. No hay realidad posible, ni en la pena. Todo es ahora un yo transitando las calles, esperando a estar mojada, a que llegue el amor como la lluvia y todo caiga y nazca. O por lo menos, que algo sea real.