lunes, 17 de enero de 2011

Cruz del sur



Otra vez tarde y a las corridas, como siempre. Soy una boluda.
Miro el reloj. El micro sale en 15 minutos y todavía tengo que caminar como tres cuadras. Paso entre la gente a las puteadas.
- ... Hhhmmmla puta madree...hmm... –rezongo por lo bajo, pero no tan bajo como para que no me escuchen los que voy atropellando cuando paso. Nunca controlo el tono de voz y no quiero ser así. Quiero ser buena. Pienso que quiero ser buena pero no me sale. O no me sale cuando estoy corriendo para no perder el micro. Al final prefiero dejar de pensar y concentrarme en encontrar la plataforma sin matar a nadie.
Llego al micro... Con los minutos justos. Eso es lo que me diría mamá: con los minutos justos. Sí, pero llego. Ocupo mi asiento. Ventanilla. El micro sopla una vez para cerrar la puerta: pppfffffssssss. Y después sopla una segunda vez hondamente, ppppuuuufffffffffssss como una ballena a punto de sumergirse. Trato de adivinar que son ruidos de algo como el freno hidráulico. Ese algo se destraba y el micro se pone en marcha. Como en todos los buses del planeta, el aire acondicionado puede estar puesto en cualquiera de sus dos únicos modos: Apagado o Frío polar. El nuestro está en modo Frío polar. Abro la mochila, agarro un saquito y me tapo. Me enojo porque nunca llevo suficiente abrigo y porque los conductores deben estar todos locos con eso de la temperatura. Entrecierro los ojos para no pensar en el frío y, mientras el micro sortea el tráfico de la autopista, pienso en el olor de la ruta y caigo en esa seducción del adormecimiento que me enlaza al sueño profundo. Pienso en el olor de la ruta como si lo tuviera sobre la lengua y me dejo caer en la siesta sintiendo que no me gusta viajar en micro, porque los micros tienen las ventanas cerradas herméticamente y ese vientito de la ruta nunca nos llega…


… Pero entonces no era un Fiat, sino un Renault el que manejaba papá. Sí, un Renault 6 verde, que se abría paso intrépidamente por esa negra barriga de gusano que era la ruta al sur. La luna tenía forma de uña y estaba a la mitad del cielo. No alcanzaba a iluminar nada y no había una mísera lamparita en el camino. Lo poco que se veía era gracias a los humildes faros de nuestro auto y a los poquísimos coches que atravesaban el camino. Papá manejaba tranquilo, con la panza hecha un globo de orgullo. Yo no sabía de qué estaba orgulloso, pero sabía que en él esa expresión, esa manera de respirar, significaba orgullo. Años después entendí que parte de lo que lo emocionaba así era saber que estaba llevando a toda la familia a Bariloche, que no era poca cosa, y que para estar así de contento no necesitaba casi nada: una carpa, los bolsos, la heladerita, dos hijos, una esposa y el Renault 6 preparado (por él mismo) para semejante viaje.
Así que papá estaba con la panza hinchada de orgullo fresco y yo con la panza hinchada de aire de ruta, que recibía asomada con la boca abierta por la ventanilla del auto a medio bajar, porque en el Renault la ventanilla de los chicos -por seguridad- se trababa a la mitad, así que tenía que levantarme un poco del asiento y sacar la cabeza por el hueco de la ventanilla para tragar el viento de los pastizales.
En una de esas, se me ocurrió que estábamos sentados en cruz. Es decir, los dos pares: yo en diagonal a papá, en el asiento de atrás y Julián al lado mío, en diagonal a mamá. Juli y mamá, por supuesto, dormían con las cabezas colgando como desmayados. Me di cuenta que hasta roncaban parecido.
- ¿Te fijás si quedó algún sangüichito? –Me pidió papá sin bajar el tono de voz, porque sabía que a mamá y a Julián no los despertaba ni que nos cayera encima una tormenta, un rayo y una vaca. En su panza inflada de orgullo intuí que debía estar muy contento de contar conmigo como copilota.
- No. El último se lo comió antes Julián. –respondí enseguida, como una atentísima compañera de vaje. Los sangüiches eran de atún y mayonesa, porque mamá aseguraba que eran los que más nos gustaban. Julián, que decían que estaba creciendo, le ganaba de mano a todos los apetitos.

La noche y las montañas se cerraban cada vez más sobre nosotros. Papá y yo charlábamos de a ratos, pero mayormente nos quedábamos en silencio. Había algo que entendíamos los dos, como una especie de respeto a la ruta o una cosa así. De tanto en tanto yo volvía a asomar la cara por la ventanilla. Abría la boca y la dejaba suelta. Los cachetes se me inflaban y bailaban como locos. Eso me hacía matar de la risa. Cada vez que me reía papá se daba vuelta, me miraba y sonreía.
- Te vas a tragar un mosquito- me dijo un par de veces. Yo me metía de nuevo para adentro del auto, con el flequillo hecho un jopo enredado. Pero no tardaba en volver a animarme, con mosquitos y todo, a asomar la cabeza para afuera.
Papá me veía todavía despierta con él, tratando de guardarme el aire ligero de la ruta en algún lugar del cuerpo, y se le hinchaba la panza. Yo sabía, a mis cortitos siete años, que en él esa manera de respirar significaba orgullo. Se me ocurrió que papá debía pensar que estábamos sentados en cruz, los dos pares: mamá y Julián, él y yo, y que yo le había salido así, genéticamente heredera de su amor por el camino.


Casi dormida en mi asiento, mascullo que no me gusta el micro, porque por las ventanas cerradas del micro no nos llega el airecito verdoso de la ruta… ese que era nuestro.

11 comentarios:

  1. me encanta como escribes! me dejas como enganchada a lo q leo!

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  2. gracias Tortódroma, un verdadero placer leerte esta mañana.

    (yo no subo al micro sin una de esas bolsas de dormir que se compran en los supermercados... inservibles como bolsas de dormir pero ideales como frazadas desplegables)

    la imagen es absolutamente Karma Police.

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  3. Te juro que senti tanto cada cosa que escribiste..De hecho creo que reviviste en mi una imagen del pasado muy parecida a la que relataste, que habia olvidado.

    Y me diste muchas muchas ganas de viajar.
    Que lindo T...Muy lindo.

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  4. Che, que dulce!!!! buenisimo. Barbaro. Me mato.
    Gracias.
    Gabucha.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Puaj! Esos bondis chinos rellenosd e aire frío artificial y con olor a plástico son lo peor. Me dan ganas de vomitar.
    Aparte, irse de vacaciones sin ir oliendo la brisita salina del mar es un crimen.
    He dicho
    Salú, Tortódroma u.u

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  7. Hermoso lo que describís... sentada acá en la compu, cierro los ojos y me parece estar respirando esa brisa, con el mar enfrente...Este año no pude ir al mar, puchi! tu relato me refrescó el alma...besotes!

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  8. ... y acabaste de inventar el salmo para la ruta de las tortódromas postólicas rumanas.

    ¿Me parece a mi o la excelencia en la escritura de este blog ha subido desde sus inicios de 10 a 100.000?

    (y con cien mil me quedo súper corto)

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  9. ge-nial

    absolutamente genial..

    a mi no me gusta viajar.. odio los micros
    vivo en el campo, trabajo en la ciudad.. será por eso que odio viajar..

    amo mi bicicleta ^^ nada como eso para sentir el aire de la ruta.. o del campo


    saludos desde Uruguay

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  10. No hay nada como sentir la brisa, ese aroma particular al volver al Sur, a casa. Aunque tenga que hacer 1300km en Colectivo! los 300 en auto son los que importan xD
    Me encanto este post, me hace acordar a esos viajes familiares que quedan muy atrás.
    Saludos!

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  11. ay mijita me pusiste la piel de gallina... pude ver cada imagen de lo que relatabas y me hiciste acordar de los viejas con mi flia a miramar... la diferencia es que era un renault breck y eramos 4 hermanos atras y mis padres adelante jejjejjee
    Yepes

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