domingo, 14 de agosto de 2011

XI - La selva invegetal

Yo tenía diez años cuando por la primera vez me hicieron firmar el "Libro de Disciplina" del colegio, que era como las amonestaciones pero de la escuela primaria. Fue por una discusión que tuve con la profesora de educación física que quería obligarnos a hacer una rutina horrible con unas cintas y unos aros, para mostrarla a toda la escuela. Todos teníamos que participar, aunque no quisiéramos. Eso me pareció muy injusto y me dio tanta bronca e impotencia, que no pude evitar escupirle un "usted es una imbécil" en la cara. No me pareció un insulto tan fuerte, pero fue suficiente para que la directora y la profesora se plantaran ante mí con su libro de castigo y me demostraran que el poder iba a recaer siempre sobre ellas. Firmé el Libro con mucha angustia porque seguía pensando que tenía razón. Salí de la Dirección. Mis compañeros estaban en medio de la clase de Matemática, pero no quise entrar. Me fui a un rincón del patio, me senté acercando mis rodillas al pecho y, hecha una bolita, me puse a llorar.
- Me enteré de lo que pasó- me dijo alguien. Levanté la cabeza. Era Mariel, mi maestra de Lengua. Se puso en cuclillas para estar a mi altura. Con una mano me acarició la cabeza. -¿Estás bien?
Le conté lo que había pasado, es decir, mi versión de lo que había pasado. Ella asentía con la cabeza. Yo estaba segura de que ella iba a ponerse del lado de la profesora de educación física y la directora, porque eso era lo que hacían los grandes: se ponían de acuerdo contra los chicos. Pero cuando terminé de contarle todo, Mariel me abrazó y me dijo:
- Vos sos muy especial ¿sabés? Tenés una mente muy despierta. Yo te veo en las clases con los ojitos brillantes, absorbiendo todo. Sos muy diferente a los demás. Tus inquietudes van más allá de lo que nosotras podemos darte. Y a veces las maestras tenemos un límite. Va a pasarte siempre en la vida. La gente no va a saber ver tu brillo, o no lo va a entender. Y vas a vivir muchas injusticias. Pero no dejes de confiar en vos. Más allá de todo lo que vivas, sería una pena que ese brillo se te apague.
Recién hace unos años pude entender lo que mi maestra quiso decirme. Era cierto: el paso por la vida me fue apagando el brillo. Es muy caro el precio que se paga por ser diferente. Mariel lo sabía y eso era lo que me había querido decir. En ese momento sólo asentí con la cabeza porque no supe qué decir. Después me pidió que le escribiera un cuento sobre una nena muy especial que vive una aventura y al final de la historia se lleva un aprendizaje. Apenas llegué a mi casa me puse a escribir el cuento. Me llevó varias hojas de mi cuaderno de cuentos y bastante tiempo de trabajo, pero lo terminé. Nunca había escrito un cuento tan largo. En ese cuaderno tenía escritos por lo menos cinco cuentos, un par de poesías y alguna canción. Además tenía dibujos e historietas que también me gustaba hacer. Le di el cuento al día siguiente y Mariel me lo devolvió con algunas anotaciones en verde. Debajo de todo me puso unas palabras suyas y una carita sonriente. Lo que mi maestra me había escrito en esas líneas era que no dejara de escribir, que yo tenía mucho talento y que era muy buena en lo que hacía. También me decía eso del brillo que me había dicho el día anterior, que pase lo que pase no deje que me lo apaguen. Al final me pedía que guarde ese cuento para que lo pudiera leer cuando fuera más grande. Le hice caso y lo guardé en mi cuaderno de cuentos.

Hace un rato encontré el cuaderno. Estuve toda la tarde limpiando la casa, tirando cosas, acomodando. En el placard de arriba había una caja con cosas viejas, del secundario. Detrás había otra caja con cosas mucho más viejas: cuadernos de todos los grados de la escuela, dibujos, historietas, muñequitos de arcilla, tarjetas de cumpleaños, un diario íntimo (el que escribí en 7º grado) y mi cuaderno de cuentos. El cuento estaba al final del cuaderno, doblado y enganchado a la última hoja con un clip de plástico en forma de corazón. Me acordé de todo un segundo. El Libro de Disciplina, la profesora de educación física, Mariel. No me acordaba del cuento, es decir, de lo que había escrito. Lo leí. El cuento que escribí contaba la historia de una chica a la que le habían dicho que en la selva había un mago que se llamaba Rolando, que si ella lo encontraba, él le iba a dar la mayor riqueza del mundo. La chica iba en busca de ese tesoro pensando que era una olla de monedas como las de los duendes del arcoiris. Cuando llegó al lugar en el que el mapa indicaba que estaba la selva del tesoro, se encontró con que esa selva no existía y en su lugar había un inmenso desierto. No había plantas, ni agua, ni estaba el mago. Caminó durante mucho tiempo hasta que casi se muere, pero entonces apareció el mago Rolando y le dijo que la verdadera riqueza del mundo era lo que ella tenía adentro. Le dijo también que ella era muy buena y que tenía alma de maga y por eso tenía muchos poderes con los que podía ayudar a la gente a ser feliz y también ser feliz ella. Pero lo importante era que siempre se acordara de las palabras mágicas: "La selva está adentro mío". Y que cada vez que se perdiera en el desierto, esas palabras le iban a mostrar el camino a casa. La chica le hizo caso, dijo las palabras mágicas y pudo volver a su casa, con el tesoro más grande que alguien le pudiera haber dado.
Sonreí. Me estremeció la inmensa sensibilidad que envolvía el cuento. Lo cerré, le puse el clip y lo guardé dentro del cuaderno. Limpie de polvo cada cuaderno y los volví a guardar en la caja. Me subí a la silla y guardé la caja en el placard de arriba. Hice lo mismo con la caja de las carpetas y agendas del secundario. Subí por tercera vez para guardar la caja nueva que iría a parar junto con todos los demás recuerdos: la de las cosas de Victoria. Fotos, cartas, regalos, entradas de cine y recitales. Después de cerrar el placard, vine al living y me senté en el sillón.


Estoy sentada en el sillón del living hace un rato, sin poder moverme. Victoria ya debe estar en Ezeiza. La familia llorando, las amigas llorando. Yo no puedo llorar. Hace días que no lloro, aunque sé que estoy triste. Creo que estoy tan triste que me siento seca, como el desierto del cuento.
Las ocho y cuarto. Casi la hora de embarque. No quise ir. No pude ir. Después de la noche que me vine a dormir acá, al sillón del living, no quise hablarle más. Me la pasé tomando vodka, vino y creo que hasta tequila, en la casa de La Rusa. Le limpiamos el armario de los licores a la madre, así que fuimos a comprar para reponer lo que vaciamos y al final lo terminamos tomando también. Ayer, en el plena borrachera, agarré mi celular y la llamé a Victoria. La Rusa estaba dormida pero se despertó por mis gritos. Me agarró de un brazo y me llevó a la calle para que no despertara a su familia. Quería decirle a Victoria lo mucho que la amaba y lo mucho que la odiaba. No me acuerdo exactamente las palabras que usé, sólo me acuerdo que al final le dije que ella era mi cuadro negro, que ella era la parte más negra de mi vida negra. No lo dije porque lo creía. Lo dije porque pensé que era la única forma de dejarla ir. Lo dije porque no había nada más por hacer.

Ocho y media. Ahora sí: hora de embarque. Pasaje, pasaporte, abrazo de su papá, abrazo de su mamá. Amigas llorando, últimas fotos. Pasarela hasta el avión. Azafatas, video informativo, cierre de puertas. Ahora mismo, Victoria se va. La parte más negra de mi cuadro negro. La primera de todas las partes. El amor; mi amor. La parte más roja.
Butaca. Cinturón de seguridad. Ruidos de avión. Mecanismos que se prueban. Encarrilamiento hacia la pista. Luces a los costados. El negro de la ruta que se deja. El brillo de la luna amarilla. El avión de Victoria se mueve. Victoria se mueve. Yo no me puedo mover. Ahora sí, seguramente ya mismo: toma velocidad, levanta las ruedas, despega. Rompe el cielo.

Victoria está en el aire. Todo lo que yo busqué en ella está en el aire. Busqué la selva y no había nada. ¿Cómo volver a mí? ¿Cómo volver de la nada?

"La selva está adentro mío", dijo el mago Rolando. Digo las palabras mágicas esperando que algo cambie. La selva está adentro mío. Pero quizás, todavía, tenga que caminar mucho desierto.

15 comentarios:

  1. y al final se fue...

    Manatee
    (yo tuve una Mariel en matematica, en 4to grado. Pero era tremenda hijadeputa. La hubiera mandado a la selva para que se la morfen los leones, ja)

    ResponderEliminar
  2. auuu se fueeee pero la verdad es que su "victoria" sera notar que ella tiene la fuerza para seguir sin importar quien esta a su lado o no.
    kath.

    ResponderEliminar
  3. hay cosas en las que es necesario caminar mucho desierto hasta poder encontrar su selva, o por el simple hecho de que es inevitable ese camino de desierto.
    (las famosas etapas inevitables de un duelo)

    Te leo siempre, ansío con ganas cada nueva entrada!!

    besooo

    ResponderEliminar
  4. even though shes gone doesn't mean forever.
    life brings you back and again. you never know.

    awesome story.

    val.

    ResponderEliminar
  5. Simplemente increible sil. Cada oracion mejor qe la anterior. Me llega completamente al corazon, las palabras liberan el alma. Que sigas bien!

    ResponderEliminar
  6. Como casi acostumbrás, muy bueno el relato. Aunque creo que este especialmente. El final, los parágrafos, todo. Los recuerdos, la selva, el desierto... Ánimo, y cariños.

    Darío

    ResponderEliminar
  7. Creo que nunca me sentí tan identificada con un texto tuyo como lo hice con este (por eso aunque se me haya borrado el comentario que te quería dejar trato de escribirlo otra vez).
    Sentir como se apaga todo de a poco después de tanta luz, como nosotros nos apagamos de a poco y terminamos en una oscuridad que no nos dejó el abandono de un ser querido, si no nosotros mismos al querer seguir a la persona.. Y digo nosotros mismos (humanos) porque un poco creo que todos somos especiales, pero no entiendo como día a día me sigo sintiendo igual de diferente que cuando era chica, y como no conozco a nadie que tenga eso, extraño y sin explicar, que tengo yo y me hace especial.
    Te fragmenta en pedazos, pero no hay que perder el espíritu, aunque se esté perdido a veces no estamos tan lejos como creemos estar..
    Respirar y tranquilizarse siempre es lo primero.
    Un saludo y fuerza mujer, que seguramente valentía no te falta.

    ResponderEliminar
  8. ... guau. Sin palabras.

    Lo bueno de escribirlo todo es que ahora está afuera tuyo y podés volver cuando quieras, como al cuaderno de la primaria.. o podés dejarlo afuera todo lo que quieras.

    beso =)

    ResponderEliminar
  9. nunca es fácil dejar ir. pero siempre hay que aplicar navaja de okham. y hacer de tripas corazón.
    con respecto a la selva: siempre está dentro una. solo hay que detenerse un momento y mirar.
    saludos

    ResponderEliminar
  10. " cuando te fuistes volvi al jardin que habia descuidado " dice gabo ferro . esa es la selva

    ResponderEliminar
  11. "El hombre no necesita viajar para crecer; lleva en él la inmensidad"; Chateaubriand

    ResponderEliminar
  12. La parte más negra. La parte más roja.

    Pasé bastante tarde (?) por acá T., qué hermoso todo. Disfruté mucho el recurso (dios, por qué hago comentarios con esas palabras de mierda?) del relato dentro del relato. Leí como cuando era chica y me metía en esas piletas que después de una línea roja nos iban llevando de a poquito a lo profundo.
    Cuadros dentro de cuadros dijeron algunos.
    Un beso!!

    ResponderEliminar