lunes, 20 de junio de 2011

III - Una montaña de nada

Era viernes y estaba horrible. La lluvia parecía acompañar todos los decesos. Mi pareja, el buen clima, el otoño. Todo estaba muriendo. Lo único que pude hacer fue tomarme un taxi hasta lo de La Rusa que, apenas le conté lo que pasó con Victoria, entendió que iba a ser imposible movilizarme a ningún lugar que no fuera una cama. Entonces me ofreció su cama, la tele y unos vinos. Cuando llegué eran más de las 12 así que la madre y la tía abuela estaban durmiendo. La luz de la casa estaba totalmente apagada, salvo el velador de la pieza de La Rusa. Tenía la estufa eléctrica prendida, así que me saqué el abrigo y me senté en la cama. Me dio el control remoto de la tele y se fue hasta la cocina a buscar un vino. Llegó con la botella destapada y un par de vasos. Me sirvió hasta arriba. Yo casi no la miraba. Estaba concentrada en hacer zapping. No había nada en la tele, pero yo no tenía ganas de hablar, así que traté de encontrar lo que fuera. Había dos películas de Julia Roberts, en dos canales distintos. Erin Brockovich y Notting Hill. Dejé la segunda porque la otra la había visto unas diez veces más. Me senté en la cama, apoyada contra la pared con la almohada en la espalda y me tapé con el acolchado hasta el cuello. La Rusa se sentó al lado mío, pero encima del acolchado.
- Triste forma de pasar un viernes triste- dije.
- Podría ser peor, che.
- Sí, podría estar con Victoria.
- ¿Querés que hablemos?
- No. Quiero mirar la peli.
- Pensé que odiabas mirar estas películas.
- Las odio, sí. Pero porque termino mirándolas, aunque las odie. Y entonces las odio más, porque no puedo odiarlas.
Miré el vaso de vino, lo agarré, lo mecí circularmente para mezclarlo y le di un trago largo. La Rusa tomaba con más tranquilidad, pero tenía más aguante. Podía seguir tomando por horas, incluso después de que yo caía abatida. A La Rusa le gustaba tomar sola. Yo siempre necesitaba tener un testigo al lado o alguien a quien llorarle cuando todo saliera mal.
- ¿Qué significa "Hill"?- preguntó La Rusa, que nadie sabe cómo aprobó inglés en la secundaria.
- Mmm creo que es "montaña".
- ¿O sea que es una montaña de nada?
- ¿Qué cosa?
- Esta película. Notting Hill.
- No, Rusa- le contesté riéndome a carcajadas- Es Notting, con doble T. Nothing de "Nada" es con T-H.
- Bueno, es casi lo mismo. Un montón de nada. Como miles de ceros.
- Ah... lo tuyo evidentemente no son ni los idiomas, ni las matemáticas. Menos mal que sos tan buena pintando, porque sino... Mirá, muchos ceros no es una montaña de ceros. Cero por mil, no son miles de ceros. Es cero. Cero por cualquier número, es cero. O sea que nada, multiplicada, es la misma nada.
- ¿Pero no podés tener mucha nada?
- A veces pareciera que sí. ¿Pero no es lo mismo? El vacío es vacío. Más vacío, sigue siendo vacío. No importa qué tan grande sea. Lo que importa es que siempre lo sentís vacío.
- Pero para mí sí podés tener una montaña de nada. Y sería muchísimo más que unos granitos de nada.
- ¿Y cuál sería la diferencia?
- Y no sé... unos granitos de nada es cuando esperás poco y no recibís nada. Una montaña de nada podría ser...
- Que alguien se tome un avión a España- interrumpí.
- No. Que alguien se quede acá esperando- dijo La Rusa casi sin pensar. Quise contestarle pero no supe qué. No esperaba esa frase. La Rusa no suele escupir ese tipo de apreciaciones. Especialmente cuando uno está casi cayendo al piso del ring. Esta vez me dio el golpe de gracia. Lo único que se me ocurrió fue devolverle con lo mismo.
- Bueno, ¿pero de qué me hablás? ¿Vos no te pasaste meses cogiendo con María después de que cortaron? Y sabías bien que aparecía, te usaba para coger y se iba. O peor, te llenaba de sus chicanas, para que sigas enganchada. Te manipuló durante meses. ¿No estabas esperándola, acaso?
- No tiene nada que ver que traigas lo de María ahora.
- ¿Por qué? ¿Vos podés decir eso de Victoria y yo no puedo hablarte de María?
- Yo lo decía por vos, no por Victoria. Y en todo caso, por haber pasado lo de María te estoy diciendo que te ahorres la espera. Esta mina se va y no te deja nada.
- O como decís vos, me deja una montaña.
- Sí, de nada.
- Gracias.
- De nada.
Ahí nomás nos largamos a reír. Era inútil intentar tener una pelea con La Rusa. Ninguna se la tomaba en serio. Durábamos unos minutos y alguna de las dos terminaba tirando un chiste. La abracé y me recosté unos minutos encima de sus piernas.
- Metete adentro- le dije. Y tironeé del acolchado para levantarlo. Parecía no tener ganas de taparse, pero me dio el gusto. Una vez que estuvo tapada, apagué el velador de la mesita de luz y volví a recostarme sobre sus piernas. El pelo rubio y largo de La Rusa casi me caía sobre la cabeza. Miré para arriba la cara de La Rusa. Estaba con los ojos puestos en la película, muy concentrada. El reflejo azul de la tele le iluminaba las pecas. En verano le salen más, por el sol. Volví a mirar la pantalla de la tele y me acurruqué haciéndome una bola con el acolchado. La Rusa me puso una mano sobre el brazo y la dejó ahí. No me acariciaba, sólo la dejó posada ahí. Le costaba mucho el contacto físico, por eso entendí el afecto que significaba esa mano.
La lluvia que tintineaba sobre el techo de chapa del patio, el calor de la estufa, el acolchado y la mano de La Rusa fueron suficientes para que cayera profundamente dormida. Estaba exhausta, como si hubiera pasado varios días sin dormir. Al fin podía descansar.

El día que Victoria me contó lo del pasaje a España, cuando parecía que los ceros se habían multiplicado por mil, por primera vez en mucho tiempo, durante una noche entera no sentí la montaña de nada.

4 comentarios:

  1. A pesar de creer que todas las minas en Salta son soretas (de puro despecho obvio) yo tmb tengo una "Rusa", suerte que la encontré, las veces que esta mina me banco! Me encanta leerte!

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  2. quiero una RUSA!!!!!!!

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  3. Me encanto! Lo del "de nada" me hizo acordar mucho a los chistes boludos -y casi accidentales- que nos hacemos con mi mama a veces.

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  4. Clah, me atrevo a decir que la rusa lo ve como una cuestión cualitativa y no cuantitativa. No se ofenda, pero la banco a ella (que, en definitiva, la banca a usted).

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