jueves, 1 de noviembre de 2018

Tratado sobre brujería

Papá se sienta en una punta de la mesa porque cree que no lo queremos. Desde que se separó de mamá. No. Desde que se enfermó. No. Desde mucho antes. Desde siempre. Papá es un ser muy triste. Lo veo sentado en la punta de la mesa y me siento al lado suyo porque soy la hija buena. No. Porque soy como él. Yo también soy un ser muy triste. Me irrita su patetismo. Que haga gala de sentirse aislado. Que no haga algo por entender que forma parte de nosotros, que no lo aislamos, que es él quien amargamente dibuja su manera de habitar el mundo. Yo soy mi papá y eso me aterra. Mi papá es mi abuela, la abuela depresiva que se pasaba días enteros en la cama, aunque mi hermano y yo no le decíamos así porque éramos chicos y no sabíamos que eso era lo que era. Estábamos semanas sin ver a la abuela porque estaba en cama y mi papá se la pasaba preocupado y prometía que cuando la abuela no estuviera más, él iba a empezar a vivir de otra manera. Nunca pudo. La abuela se murió y él ya estaba enfermo. A veces pienso que fue ella la que lo enfermó. Y pienso que mi papá me va a enfermar a mí. 
En la punta de la mesa me siento a charlar con él. Quiero que perciba que hay un puente, que le abro el camino para que venga hacia nosotros. Pienso que si le curo tanto dolor y tanta culpa, voy a curarme a mí. Pero papá no puede verlo. Es grande y ya decidió cómo vivir. Se va temprano de las reuniones familiares porque con la enfermedad hay un momento que no le da el cuerpo. Pero es algo más. Yo también me voy temprano de las reuniones. Me aíslo. Porque solamente en mi remanso puedo respirar. 
No puedo trazar un puente para él porque depende de él. Y esa crueldad es infranqueable. Lo que sí puedo hacer, lo que está en mis manos, es armar puentes para mí. Y no puedo. Digo que es más fácil ser yo misma estando sola porque estar con otras personas es un desafío tan grande que me agota. Entonces me siento en la punta de la mesa o me voy temprano. A veces insisto, me pongo a prueba, me quedo un rato más. Pero es siempre desde ese lugar donde la vida es imposible de ser disfrutada.
El infierno es encantador. El infierno es mi cabeza. Tomo nota de cada cosa que hacen los demás y que me demuestra que, en efecto, no me quieren. Que soy inadecuada, que no soy suficiente, que no logré nada. Si alguien no me mira, si no me invitan a algo, si hace días que no consigo armar una salida con algún amigo: no me quieren. Qué piensan de mí. Por qué no me incluyen. Por qué, otra vez, este grupo no es para mí. Quizás sea yo la que no soy para nadie. Otra vez, mi papá y yo, en la punta de la mesa. Cuándo empezaré yo a vivir otra vida. La promesa de que esta vez será diferente. Que he aprendido algo de tal o cual dolor. Que ahora sí, que esta nueva etapa, que si me corto el pelo y si me cuido en las comidas. Que si no soy tan agresiva con mi manera de mirarme. Quizás ahora sí, no se irá la vida en pensar tanta porquería. Pero vuelvo a caer. No me termino de transformar. No me permito vivir. Digo que no sé cómo se hace, pero tampoco intento salir a la superficie. Digo que quiero ser yo misma, como si recitara un libro de autoayuda. Pero me enfrento a la gente y se desarman los panfletos. Eso. Me enfrento a la gente. No comparto. Estar con los demás es un campo de batalla. Porque apenas digan algo, cualquier cosa, lo más mínimo, va a confirmarme que no está bien lo que digo, lo que soy. Y eso va a matarme. Y aunque no me mata, aterra como si fuera una muerte. 
Quiero poder respirar en el mundo, afuera de este útero en el que me escondo para creer que vivo. No vivo. Le temo a todo. Le temo más que nada a no poder dejar atrás esta vieja vida. Pero en realidad le temo a poder dejar atrás esta vieja vida. Por eso me aferro. Porque vivir es un vértigo constante. Dar un salto hacia otra cosa. Emborracharse hasta vomitar, putear, aprender una cosa y sostenerla en el tiempo para aprenderla bien, tener sexo y disfrutarse, tomarse un avión y no caer en pánico, vestirse como una quiera, alejarse de mamá, hacerse amigos, mostrarse, hablar en voz alta, inventar, jugar, reírse, alejarse de mamá, disfrutar, gozar, ser, alejarse de mamá. Tan grandota y tan boluda. Alejarse de papá, pero más que nada, alejarse de mamá. Salir de los destinos. Una carta de Tarot que te dice que mires ahí, en los mandatos. Y quebrás en llantos. 
Ojalá usted me entendiera, lo difícil que es. O quizás me entiende pero se animó. Nació, salió del útero, se abrió paso en la vida, estudió una carrera, pagó sus impuestos, se abrió una cuenta bancaria, habló en voz alta, se vistió bien aunque su cuerpo, se quiso aunque tanta gente, se tomó un avión aunque los peligros. 
Y yo, cómodamente, en la punta de la mesa me acuerdo de las brujas. De las brujas de hoy. Esas mujeres que pegan el salto todos los días. Yo tengo alma de bruja y alambique de cobarde. 
Ojalá no me importara tanto. He pensado eso demasiadas veces. Qué pasa si permito que todo sea diferente. Y salto. Salgo de la punta de la mesa, me pongo en el medio, alguien me ama durante un tiempo y entonces puedo acogedoramente volver a ubicarme en la punta. Volver a temer. A pensar de mí que ese es mi lugar. Que finalmente era así la cosa. Que menos mal que alguien me ama porque sino. Me siento protegida por el amor de otra persona, ya no tengo que animarme. Encuentro un nuevo útero donde morir. Pero nada me contiene porque nadie es un útero, o sólo un útero. Porque nada va a protegerme y menos mal porque tengo alma de bruja. 
Ojalá me animara a vivir la vida que papá no pudo y que mamá no quiso. A conjurar tanto miedo. Ojalá un día haga carne del deseo que me prohibo. Que invoque al demonio y me inocule el goce. Que diga sí, que es para mí. Que no me importe tanto si piensan de mí, si callan, si dicen que no. Que haga puentes y los incendie. Que pague el buen costo de estar en el centro de la historia. Que sea yo y que sea bruja. 

6 comentarios:

  1. Lo llevaré a mi próxima sesión de terapia y estoy segura que hasta q no le diga q lo leí en un blog, pensará sin lugar a dudas que es mío. Digo, por la similitud de los miedos, de los interrogantes.
    Alejarse de mamá. Nota mental.
    Un abrazo. Be.

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    1. Qué bueno que te sirva para expresar lo que vos también sentís. Un abrazo!

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  2. Hola, me pareció muy interesante lo que escribiste...me identifiqué con muchas cosas, sobre todo con lo de apartarse del mundo ... el tema de la enfermedad es complejo, estoy enferma hace un año o más, y la enfermedad aisla bastante, porque como bien vos decís, el cuerpo no puede muchas cosas que la sociedad/sistema exigen...en fin, creo que las personas que nos rodean solo pueden acompañarnos, sin flashear "querer ayudar"...también pienso que hay que politizarlo, entender que hay un sistema que enferma, nos aisla y nos excluye (o nos excluye primero y despues nos enferma... nosé)... bueno, me fui por las ramas... solo quería compartirte mis pensamientos. Y decirte gracias por compartir los tuyos.

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  3. Qué bueno compartir desde el lado de lo que vivís vos. Es cierto que hay que debatir el concepto de enfermedad y politizarlo. No había pensado el texto por ese lado pero tenés razón. Gracias!!

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  4. "Me siento protegida por el amor de otra persona, ya no tengo que animarme. Encuentro un nuevo útero donde morir. Pero nada me contiene porque nadie es un útero, o sólo un útero. Porque nada va a protegerme y menos mal porque tengo alma de bruja."
    Escribís de una forma que me llega tan profundo. Cómo debería citarte? Tortodroma?
    Morir en un útero, pensar en alejarse de mamá. Esto de ser tortas y Amar a Mamá, me hace reir, es un cliché (que no es siempre así, pero muchas veces si)
    Por otro lado...
    Más allá de ser torta o no. Nos enseñan a vincularnos de esa manera. Todxs buscamos un útero donde morir. Un útero metafórico, encarnado por una persona que creemos que va a salvarnos. Nos dirigimos ahí a pedir que nos salven, a morir, a asfixiarnos, a aislarnos. No queremos salvarnos por nuestra cuenta, porque salvarnos por nuestra cuenta duele más.
    Tantas veces creí que por fin me estaban salvando, pero me estaba hundiendo en una ilusión mortífera. Ahora quiero salvarme por mí misma, quiero darme la mano y despegar como las brujas.
    F. H.

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    1. Es el trabajo más arduo pero el que finalmente más reditúa porque te permite constituirte en esa falta. Saber que nunca vas a estar en la completitud, ni en pareja ni sin pareja, sino que siempre va a faltar algo. Pero eso que falta es lo que motoriza el deseo y en definitiva lo que hace posible que salgamos hacia la vida. A mí me genera ahora mucha duda cada vez que me agarra ese deseo de protección, de que alguien me contenga completamente. Me pregunto qué estoy deseando realmente y en general en ese deseo se esconden otras cosas... más que nada la paja que me da tomarme el tiempo de bajar un cambio, dar cuenta de lo que siento y aflojar de a poco el nivel de emocionalidad, pensar, entender, tener paciencia. Todos procesos largos que se pueden hacer en soledad y en los que no necesitamos ningún placebo humano que nos calme. Pero qué difícil y qué útil lograr todo eso. Yo hablo desde ese proceso, no desde saber hacerlo.

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